drag_handle

Los espíritus del vino californiano

Por Animal Gourmet

La exploración del norte de México fue resultado de la obsesión de Hernán Cortés por encontrar un nuevo reino fantástico por conquistar. Sin embargo, su viaje a España en 1539 le impidió conocer y conquistar un territorio inmenso habitado por etnias muy diversas conectadas profundamente con una naturaleza salvaje de belleza sorprendente.

A varias leguas al oeste del mar de Cortés se extiende un largo territorio bañado por el sol y refrescado por la brisa marina. Se le llamó California. Comprendía una península y una amplia zona continental. Su paisaje agreste, y los nativos salvajes que la poblaban, ahuyentaron a los colonos españoles. Pero entre todos ellos hubo personajes que asumieron el desafío de convertir esta mágica región en un paraíso. Destacó un padre jesuita de nombre Eusebio Francisco Kino, quien ya había establecido misiones en toda la tierra continental con gran éxito.

Fue así que la California se comenzó a poblar con frailes y misioneros que sembraron maíz, trigo y huertas y además la vid, de las variedades injertadas por los viñeros perseguidos del centro de México.

Con un sistema ingenioso de represas recogían agua de lluvia que servía para regar los pequeños viñedos apostados junto a las misiones.

Estos centros productivos, donde siempre había alimentos, fueron atrayendo a los indígenas de toda la región. Así aprendieron a vivir dentro de ellas acorde a las reglas comunitarias establecidas por los religiosos; aprendieron a comer pan, tortillas, hortalizas.

También se bebía vino en la misión por los padres españoles y los indígenas lo fueron apreciando poco a poco. Con el paso de los años la construcción de misiones se fue expandiendo considerablemente y nació el vergel californiano. Un testimonio de la época dice: “Siembran unas milpas, y todo el grano que de ellas se cosecha lo traen a la casa del misionero y lo ponen a sus plantas, que es lo mismo que ponerlo a su disposición para que corra por su mano el distribuirlo a cada cual conforme a su necesidad: a la iglesia le compra cera y la alhaja con ornamentos y preseas […] la previene del necesario vino para las misas, mantiene a los cantores y sacristanes y celebra con la mayor decencia posible todas las fiestas […]; a los indios les da alimento, no solo los tres días que trabajan cada semana, sino cada vez que lo necesitan […] y a más de todo esto toma para el gasto de su persona y caso necesario, porque dignus est operarius mercede sua…”

Las prohibiciones del rey de España relativas al cultivo de la vid en México fueron desacatadas por los constructores de una nueva utopía americana. Los excesos de producción eran comerciados con los habitantes de los Reales mineros. Siempre se cobraban en lingotes de plata para financiar los materiales y ornamentos para la edificación de nuevos templos.

Fue así que la amplia California se llenó de misiones y de referentes hispánicos.

A la larga sierra que divide la zona costera del interior árido se le llamó sierra Nevada, como la de Granada, en Andalucía. Se fundaron pequeñas villas como San Joaquín, Sacramento, Monterrey, Santa Clara, Sonoma, Alameda y San José.

A las vides cultivadas en todas las misiones se les nombró genéricamente como uvas Misión. Estas eran el testimonio viviente del espíritu del Nuevo Mundo, dispuesto a mantener un vino propio frente a las mayores adversidades.

A su paso por la zona sur de la Baja California, los frailes y misioneros fueron descubriendo un legado ancestral de pinturas en las que se representaban los animales de la zona. Águilas, borregos cimarrones, venados, conejos, zorros y monstruos marinos. Comprendieron así que sus misiones y sus viñedos eran custodiados por estos espíritus que saludaban una nueva era, en donde los hombres trabajaban la tierra para alimentarse de sus frutos.

3574264621_229d2cfe23_z

El paisaje agreste, y los nativos salvajes que poblaban California ahuyentaron a los colonos españoles, pero no al padre jesuita Eursebio Francisco Kino. // Foto: Gabriel Flores Romero (Creative Commons).

Se mantenían los recuerdos de las leyendas mexicanas, como la del águila que anunció el tiempo propicio de la vendimia, la de los conejos borrachos y la luna y cuando el gran venado salvó de las víboras a los viñedos. Curiosamente esos mismos espíritus ahora protegían los viñedos de la inclemencia del clima pero también de la sinrazón de la Corona española.

El vino de las Californias se quedaría en el terruño para beberse por sus propios labradores, lejos del peligro de las decisiones del rey de España.

Desde entonces es el vino de la libertad. Tiene el valor de un terruño forjado por hombres de buena voluntad empeñados en hacer florecer los valles gracias a su esfuerzo y trabajo.

Así transcurrieron los años. Las vides penetraron con sus raíces lo hondo del suelo costero y de las vegas de los valles.

Pero la Corona española se empeñó en destruir la producción de vino del Nuevo Mundo con nuevas prohibiciones para el cultivo de vid. Esta quería mantener el monopolio comercial de sus reinos, controlando productos estratégicos, entre ellos el vino. Y fue esta Corona Española la que expulsó a los jesuitas de todos los reinos hispánicos. Así, las misiones de la Compañía de Jesús con sus viñedos de la California se quedaron sin la dirección de los religiosos. Los indígenas fueron obligados a abandonar las misiones para ir a trabajar en condiciones miserables en las minas. Un testimonio de ese grave momento cuenta: “todo lo que acontece en esta provincia es que vienen algunos ministros de justicia, o de España o de tierra fuera, y todo su primer empeño es el que trabajen los indios en las minas, en las haciendas, en las labores en otras tareas, para ellos mismos, para sus criados, amigos, parientes, etcétera; y eso a carga cerrada, sin reparar que los indios se huyen, en que se van a otras jurisdicciones, [en] que se han de alzar, [en que disminuyen los pueblos, [en] que faltan a la vida cristiana, y se desbarata, se deshace aquella hermosa república… que había formado el padre con la ayuda de Dios, más que con diligencias humanas, y de estas con innumerables, y así no sólo se marchita sino que in totum se desarraiga, se seca, se acaba aquella florida cristiandad.”

Se perdieron las misiones, hoy en día muchas se encuentran en estado ruinoso, y el conocimiento de la vid se volvió a extinguir para toda la Nueva España.

Años más tarde México consumó su Independencia de España. Las antiguas restricciones de la Corona dejaron su vigencia. Así se ganó la libertad para cultivar la vid.

TERROIR AMERICA 4