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Cuáqueros: la comunidad que dominó las golosinas por más de un siglo

Por Animal Gourmet


Era la fe de dos presidentes de Estados Unidos y varios industrialistas británicos y sin embargo sus orígenes son poco conocidos por quienes viven en la pequeña ciudad inglesa donde todo empezó.

En 1647, el zapatero George Fox estaba pasando frente a una iglesia en Mansfield, en el centro de Gran Bretaña, cuando recibió lo que describió como un mensaje de Dios.

Durante años había vagado por una Inglaterra desgarrada por una guerra civil y cada vez más desilusionada con la Iglesia anglicana.

La visión de cristianismo que recibió ese día fue profundamente radical: Dios estaba dentro de cada uno y no había necesidad de sacerdotes.

Así nació lo que hoy se conoce como Sociedad Religiosa de Amigos o la fe de los cuáqueros.

En cuestión de unos pocos años Fox ya estaba predicando frente a grandes multitudes, y provocando la persecución de las autoridades que se sentían amenazadas por su postura contra el sacerdocio.

En las décadas subsecuentes, sus fieles escaparon de la persecución emigrando a las colonias americanas, donde la fe se extendió y sentó raíces que perduran, con exponentes como William Penn, quien fundó Pensilvania en 1681, y los presidentes Richard Nixon y Herbert Hoover.

No obstante, en Mansfield, quedan pocas huellas de su existencia, algo que las autoridades ahora pretenden remediar lanzando una iniciativa dirigida a los turistas estadounidenses que ofrece un camino cultural por la ciudad.

Lo que sí se recuerda

Pero si bien sus rastros se borraron en su lugar de origen, en el ámbito comercial dejaron una marca indeleble.

Para un grupo religioso más interesado en la defensa de la reforma social que en la industria, los cuáqueros ostentan una impresionante lista de nombres comerciales conocidos.

Los bancos Barclays y Lloyds, las zapaterías Clarks y firmas de galletas como Huntley & Palmers y Carrs son apenas algunas de las empresas fundadas por miembros de ese grupo pacifista.

Y cuando se trata de productos de confitería ingleses, los cuáqueros mantuvieron un virtual monopolio durante más de un siglo, con nombres tan reconocidos como Cadbury de Birmingham, Fry de Bristol y de Rowntree y Terrys de York.

Este logro es aún más notable dado la reducida cantidad de cuáqueros. En 1851 eran aproximadamente uno de cada 1.400 de la población total de 21 millones de Inglaterra, Escocia y Gales.

Eso representaba menos del 0,1%.

¿Qué hizo que llegaran a ser tan exitosos en los negocios?

Chocolate por convicción

La incursión en el chocolate comenzó con bebidas de cacao en el siglo XIX como una reacción contra el alcohol, al que consideraban causante de la miseria, como explica la historiadora Helen Rowlands.

“A los cuáqueros y otros disidentes de la época les preocupaban los niveles de uso indebido de alcohol en la población en general. El cacao era una forma de proporcionar una bebida barata y disponible. Además, era sano pues había que hervir el agua para prepararlo, lo cual era muy importante pues no se contaba con buenas reservas de agua”.

Entre los fabricantes había una rivalidad amistosa. Muchos habían empezado siendo tenderos y formaban parte de una fraternidad.

“Los vínculos que los unían eran fuertes. Se conocían entre ellos pues su vida giraba alrededor de la iglesia, y como habían sido excluidos y perseguidos, se ayudaban entre ellos”, señala Rowlands.

Precios fijos

Cuando empezaron a producir barras de chocolate, varias de las firmas de los cuáqueros victorianos compraron maquinarias de última generación y establecieron una ventaja competitiva sobre otros productores.

La otra ventaja era su reputación de honestidad y confiabilidad que corría paralela con su búsqueda de la justicia, la igualdad y la reforma social.

“Ellos fueron los primeros en establecerle un precio fijo a las mercancías. Antes había mucho regateo, pero los cuáqueros dijeron: ‘no, fijemos un precio justo'”, explica la historiadora.

“La gente lo apreció. Sabían cuáles eran las reglas cuando trataban con los cuáqueros: entendían que ellos vivían de sus negocios, pero no a costa de los clientes o empleados”.

Una enorme diferencia

Ese enfoque ético iba más allá de los precios.

Un ejemplo es la conocida firma Cadbury.

Fundada en 1824 por el cuáquero George Cadbury, construyó el pueblo de Bournville para sus trabajadores que contaba con escuelas, instalaciones para el esparcimiento y parques.

Además fue de las primeras compañías en hacer provisiones para pensiones y proporcionar una cantina.

También estaba consciente de que una fuerza laboral saludable era una fuerza de trabajo productiva, y empleó a los médicos y dentistas en momentos en que aún había trabajo infantil en Reino Unido.

Y no fue la única: aunque no fundaron un pueblo entero, las otras fábricas de chocolates también ofrecían educación y salud a sus empleados.

La evidencia muestra que esa actitud llevó al éxito en los negocios que, dadas las condiciones, era la actividad en la que se podían desempeñar.

Puertas cerradas

Los cuáqueros se formaron como una protesta en contra de la Iglesia establecida por lo que sus miembros -como otros no conformistas- eran excluidos de universidades y de muchas oficinas públicas y cívicas.

Así profesiones como la medicina o la ley no estaban abiertas a ellos, lo que explica por qué tantos gravitaron hacia los negocios y el comercio.

“En el siglo XVIII y principios del XIX, si no eras anglicano practicante no podías graduarte, así que quienes podrían haber optado por la vía intelectual entraron en el comercio y la industria, y sus talentos fueron bien utilizados allí”.

Hubo una racha de inventiva y un interés por la ciencia entre los cuáqueros, tipificado por los Darbys de Coalbrookdale, que fundaron la industria del hierro británica, y los Hanburys que trajeron la hojalata a Gales.

Su postura pacifista también creó nuevos mercados. A diferencia de sus competidores, Darbys se negó a hacer cañones durante las guerras napoleónicas y en su lugar se concentró en artículos de ferretería doméstica, que resultó ser una industria más lucrativa que la de las armas.

Los cuáqueros también fueron muy influyentes en farmacéutica (Allen y Hanbury), productos químicos (Albright & Wilson y Sturge) e ingeniería (Ransomes de Ipswich).

Pero también obligaban a las mujeres a dejar el trabajo una vez que se casaban y, a pesar de que después comenzaron la campaña británica contra la trata de esclavos, los emplearon en sus plantaciones de azúcar.

La académica Sarah Moss, quien escribió “Chocolate: Una Historia Global (comestible)”, dice que así las condiciones en las plantaciones de cuáqueros eran mejores que en otras, “era, sin duda alguna, esclavitud”.

Capitalistas naturales

Para Moss, hay aspectos de la ética religiosa y la autosuficiencia de los cuáqueros que los hacen capitalistas naturales.

“Los no conformistas ponen la carga de la responsabilidad por la salvación en el individuo. Los cuáqueros no tienen ningún tipo de sacerdocio. Esa forma de concebir la vida es el prototipo del capitalismo exitoso”.

Por la década de 1870, las universidades de Oxford y Cambridge comenzaron a aceptarlos, abriéndoles las puertas a nuevas profesiones y oportunidades.

Paul Whitehouse, tesorero del grupo Quakers & Business, dice que eso explica por qué hay menos empresas en sus manos hoy.

“Empezaron a entrar en diferentes ámbitos de la vida. Ya no había una concentración de gente en los negocios. Hubo un momento en que los más brillantes se dedicaban a los negocios; ahora están repartidos, así que no destacan”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las empresas familiares comenzaron a desaparecer, incluso las de los cuáqueros: Cadbury, por ejemplo, terminó fusionándose con Schweppes en 1969 y finalmente fue vendida a Kraft en 2010.

No obstante, la marca Quaker o cuáquero sigue siendo un símbolo poderoso de confianza que hay quienes buscan emular y otros explotar.

La compañía estadounidense Quaker Oats, fundada a finales del siglo XIX, todavía utiliza la imagen de un cuáquero vestido tradicionalmente en sus cajas de cereales, a pesar de no tener ningún vínculo con el grupo.

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