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Un buen año, el valor por encima del precio

Para algunos comensales existe un método infalible para beber un buen vino: elegir el más caro de toda la oferta. “No tiene pierde”, dicen. Así van por la vida gastando su dinero en alegres borracheras de miles de pesos, lo que hace felices a muchos brokers del mercado internacional del vino que han logrado posicionar ciertas etiquetas en precios cada vez más elevados.

Hace 15 años, aproximadamente, uno podía ir a La Europea y ver en la vitrina una botella de Château Pétrus cosecha 1989 en 25 mil pesos. Era el símbolo del producto exclusivo que se vendía sólo en esa tienda especializada. Hoy en día esa misma botella se vende en Costco, un club de compras de mayoreo y descuentos, en más de 70 mil pesos.

¿En realidad vale tanto un vino? ¿Los métodos de producción son tan sofisticados que elevan los costos hasta ese nivel? ¿Cada año se incrementa el costo de producción y por lo mismo el precio? La respuesta es no. Sucede que ese vino se ha vuelto el objeto del deseo de cierta gente que está dispuesta a pagar mucho dinero por sentir el placer de beber algo inaccesible, para la mayoría, y lo vuelve especial.

Los negociantes se frotan las manos con esas hordas de nuevos ricos que dan vida a un sistema económico sustentado en la idea de que a más dinero más felicidad. Eso lo vemos en la película de Un buen año, donde el protagonista, Max Skinner (Russell Crowe) es un broker de Londres que se dedica a especular —y generar ganancias espectaculares para la firma en la que trabaja— hasta que un día lo suspenden por sus métodos “mágicos” de crear tendencias de mercado basados en la nada.

Al mismo tiempo su tío (Albert Finney) ha muerto, y lo nombró heredero de una propiedad en el sur de Francia en donde se produce vino. Así que tiene que viajar ahí para vender la finca y continuar su vida de cerdo capitalista.

Pero sucede que todos los trabajadores del Château deciden confabular para evitar que la propiedad se venda, pues el tío murió con el deseo de que su sobrino se vinculara a la tierra —la misma tierra en la que pasaba las vacaciones durante su infancia y adolescencia— y rescatara de esa manera su alma perdida.

El complot consistía en simular que el vino que se producía era muy malo y que la propiedad, por tanto no tenía valor. La mala calidad de los caldos producidos y un deterioro ficticio de la finca asustaba, así, a todo posible comprador.

Con el paso de los días el Max pierde las esperanzas de lograr una buena venta y obligado a vivir en el lugar recupera sus recuerdos de pubertad, así como la sabiduría que su tío le inculcó a través de muchos veranos sensacionales. Por si fuera poco reencuentra el amor Fanny Chenal (Marion Cotillard), una bella francesa que era su compañera de juegos años atrás.

El momento culminante de la historia, en el que comprendemos la moraleja, ocurre cuando debe volver a Londres para ser despedido y recibir una jugosa indemnización. Ahí, Max Skinner se encuentra con el presidente de la firma para la que trabajaba en la sala de juntas donde cuelga un cuadro de Van Gogh. En el diálogo con su jefe reflexiona que aquella pintura es copia fiel del original —propiedad de la firma financiera—, que se encuentra en una bodega custodiada como un lingote de oro, sin que nadie la pueda ver.

Así, el sistema capitalista ha distorsionado a tal grado el valor de las cosas que se hicieron para disfrutar y compartir belleza se encuentran custodiadas y encerradas para el deleite de unos cuantos.

Cheque en mano, Max se retira del mundo de la especulación y regresa a Francia a vivir en compañía de su mujer y de todos los trabajadores de la finca, que le revelan el secreto de que su viñedo produce uno de los mejores vinos de la región, el cual se llama Le coin perdú, “La moneda extraviada”, un vino que se vende entre los lugareños para así evitar la especulación de los grandes negociantes que han prostituido la experiencia sublime del vino.

¿Quieren probar los vinos del sur de Francia? Los esperamos en el festival “Los viñedos de película” el próximo jueves en El Jolgorio en dos horarios: el brunch, a las 12:00 horas, y la cena, a las 20:00 horas. Para guiarnos en este viaje sin especulaciones nos acompañarán nuestros amigos de Viñedos de Tradición. Sin duda una invitación que no deben tomar a la ligera y disfrutar.

UN BUEN ANÞO