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De tal persona, tal platillo

Por Mariana Toledano

El hombre se siente orgulloso de grabar su nombre en algún
sitio, aun cuando éste sea la corteza de un árbol.

Alexandre Dumas

La fascinación que sienten unas personas con respecto a otras puede, además de marcar la vida del admirador, hacerlo trascender la historia —por lo menos a través de epónimos—.1 Así, existen muchas personas que inspiraron el arte, la ciencia y la literatura… ¿pero se puede decir lo mismo de la gastronomía? El siguiente listado se enfoca en los creadores de ciertas delicias culinarias, sus ingredientes y fuentes de inspiración; algunas de ellas podrá encontrarlas con variaciones, propias del lugar y de la mano que las prepara.

Carlota. Se cree que este postre —cualquier pastel de almendras, chocolate, café, limón o avellana, etcétera, que se prepara con soletas alrededor—, rinde honor a Carlota Sofía de Mecklemburgo-Strelitz, quien fuera elegida por Jorge III, rey de Gran Bretaña, para ser su esposa. Acorde con la moda del siglo XVIII, Carlota usaba cofias blancas; tiempo después, el pueblo empezó a llamar carlota a esta prenda, y más tarde también al postre, debido al parecido entre ambos.

Filete Salisbury. Hecho con carne molida, a modo de hamburguesa, aplanada o esférica, surgió durante la Guerra Civil de los EE. UU. cuando un médico estadounidense de nombre James Salisbury, en su búsqueda por curar algunas de las enfermedades que atacaban a los soldados, creyó que podían sanar con una dieta a base de carne molida y café.

Pizza Margarita. La historia más popular cuenta que, en 1889, el chef Raffaele Esposito fue invitado al palacio real de Capodimonte, Italia, para cocinar algo especial a los reyes Humberto I y Margarita de Saboya. Preparó tres pizzas y una de ellas, la que combinaba albahaca, queso mozzarella y jitomate —los colores de la bandera italiana—, recibió los mejores elogios. El chef, agradecido con los monarcas, bautizó ese manjar con el nombre de la reina.

Filete Wellington. Es una pieza de ternera cubierta con hojaldre y champiñones, sobre una cama de paté. A pesar de que el nombre apareció por primera vez en un libro de cocina de 1966, su origen es incierto. Algunas historias dicen que el platillo fue llamado así en honor al primer Duque de Wellington —Sir Arthur Wellesley—, por su gusto por el platillo o incluso porque el color de la carne le recordaba el tono de sus botas; aunque otras teorías mencionan que se debe a un chef que quiso darle un nombre inglés a la variación del platillo francés filet de boeuf en croûte.

Ostiones Rockefeller. Se le atribuye el nombre de este platillo —ostiones con perejil y espinaca, tocino, mantequilla, migas de pan, y gratinados con queso— al empresario estadounidense John D. Rockefeller. Aunque en realidad se desconocen los motivos, se dice que el platillo nació en Nueva Orleans, en el restaurante Antoine’s, cerca del año 1890.

Pan y Peach Melba. Hacia 1897 la cantante australiana de ópera Helen Porter Mitchell, mejor conocida como Nellie Melba, se hospedó en el hotel Savoy de Londres, donde trabajaba el cocinero francés Auguste Escoffier, quien sentía gran admiración por ella; en su honor creó estos alimentos; el primero, consta de delgadas rebanadas de pan seco y crujiente; y el segundo, es un postre de durazno con frambuesas sobre una base de helado de vainilla.

Fettuccini Alfredo. En 1914, la esposa del chef italiano Alfredo di Lelio se sentía débil luego de haber dado a luz, por lo que su preocupado marido usó el doble de mantequilla para modificar el tradicional fettuccini al burro para ayudarle a recuperar sus fuerzas. En 1920, el chef había perfeccionado su receta, y la actriz Mary Pickford y el actor y director Douglas Fairbanks visitaron su restaurante en Roma. Después de que probaron este platillo —pasta, queso parmesano y mantequilla— la pareja obsequió al chef unos cubiertos de oro y una fotografía de ellos comiendo en el restaurante, lo que contribuyó a difundir su popularidad.

Ensalada César. Este platillo, hecho a base de lechuga romana, huevo tibio de un minuto, limón, anchoas, pedazos de pan, salsa Maggi e inglesa, aceite de oliva, pimienta, sal y queso parmesano, no tiene nada que ver con el emperador romano. La historia menciona que fue inventada por un chef italiano, llamado Alex Cardini —radicado en Tijuana— que, junto con su hermano César, entró a un concurso de cocina en 1924, del que resultó ganador; desde entonces, la receta que le dio el triunfo lleva su nombre.

Ensalada Cobb. Consta de lechuga iceberg, tocino, jitomate, pollo, aguacate, huevo cocido, sal, pimienta, mayonesa, y queso roquefort, y nació como resultado de una urgencia: corría el año de 1936, Robert Cobb —primo del beisbolista Ty Cobb— era propietario de un restaurante en Hollywood. Una noche, Sid Grauman —dueño del Grauman’s Chinese Theatre— pidió algo para cenar; los cocineros ya se habían marchado, así que Robert fue a la cocina y preparó una ensalada con los ingredientes que encontró en el refrigerador. Cobb quedó tan satisfecho, que añadió el platillo al menú.

Filete Stróganov —o Strógonov—. En 1890, el chef que trabajaba para el militar y conde ruso Pável Aleksándrovich Stróganov participó en San Petersburgo en un concurso de comida con este platillo, que consta de trozos de carne sazonada y salsa de crema, acompañada de setas y cebollas, servida sobre pasta o arroz. No se sabe si ganó el concurso, pero sí que el nombre de su amo quedó para la posteridad.

Crêpes Suzette. No se tiene un registro exacto del creador, pero la historia más popular cuenta que este postre —que se prepara con jugo de naranja y limón, y un toque de Grand Marnier, Cointreau o brandy para flamearlas— surgió en Francia, fue creado por el dueño del restaurante Marivaux y recibió su nombre en honor a la actriz francesa Suzanne Reichenberg, cuyo nombre artístico era Suzette.

Huevos Benedictine. Su historia, según la revista The New Yorker, cuenta que el corredor de bolsa Lemuel Benedict llegó al hotel Waldorf-Astoria, y en su afán por encontrar una cura para la cruda, pidió al encargado del hotel, Oscar Tschirky, un platillo que tuviera huevos poché sobre muffins ingleses, acompañados con tocino o lomo canadiense y salsa holandesa —yemas, mantequilla, vinagre blanco, hierbas y jugo de limón—. Al degustar el resultado, decidieron añadirlo al menú de desayunos.

Nachos. Esta botana —populares tostaditas de forma circular, cubiertas con queso derretido, chiles jalapeños en trozos redondos y, a veces, carne molida— es un ejemplo de un plato mexicano que lleva el nombre de su inventor: Ignacio Anaya quien, en 1943, creó la receta cuando trabajaba en un restaurante de Piedras Negras, Coahuila. Con el tiempo, ésta se popularizó en México y en el sur de Texas.

Puntas de filete a la Cantinflas —por el mismísimo Cantinflas—. «Agarramos un kilo de carne, si es que se deja agarrar, porque como están las cosas… Después la partimos en trozos, para que nos rinda más y alcance pa’ todos. La marineramos en una salsa de aceite, ajo, limón y sal. La dejamos remojar. Por otro lado, simultáneamente y casi al unísono, en otra hornilla pone usted un jitomate picado, cebolla pa’ llorar, chile serrano, también picado y picoso. Todo esto lo vacía usted en una licuadora. Después lo pone a freír con un poco de aceite y ya que esté bien frito, vacía la carne en el mismo recipiente, hasta que hierva en su propio hervor. Le agrega medio litro de vino rojo y chícharos, lo sirve sobre varias tortillas como base, y luego, el color verde de unos chiles serranos partidos a lo largo y a la mitad, entonará mejor con el sabor de este guisado, que se conoce, como Puntas de filete a la Cantinflas».

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1 v. Algarabía 92, mayo 2012, Trivia, «Epónimos: ¿quién está detrás de las palabras?»; pp. 32-37.

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