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Comida a la basura: Los niveles del desperdicio

Por Mariana Toledano

Aunque la posibilidad de un planeta apocalíptico, donde la comida sea un bien tan escaso que sea necesario luchar por él, suena todavía como un tema de ciencia ficción, las perspectivas no son promisorias. En especial si consideramos que casi una tercera parte de la comida que se produce anualmente en el mundo se despilfarra. Los problemas de hambre podrían aliviarse si tan sólo dejáramos de tirar comida

La alimentación es uno de los problemas más graves que enfrenta la humanidad. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), casi mil millones de personas en el mundo padecen hambre. En un escenario como éste, tirar la comida parece casi un acto criminal, pero es exactamente lo que hacemos. La “pérdida y desperdicio de alimentos” es un término acuñado por la misma FAO que hace referencia a “la disminución de la masa de alimentos para el consumo humano en cualquier punto de la cadena productiva”. En otras palabras: se considera desperdicio a todos aquellos alimentos destinados para el aprovechamiento humano que, en última instancia, no son consumidos por la población.

Para dar una idea de la magnitud de la situación, la organización publicó el estudio Global Food Losses and Food Waste, el más ambicioso de su tipo hasta ahora, cuyo resultado muestra que 32% de la comida producida en 2009 (casi la tercera parte de una producción total de aproximadamente 4 000 millones de toneladas) se desperdició.

Cadena de despilfarro

De acuerdo con el mismo informe, difundido por The Institution of Mechanical Engineers, asociación inglesa con presencia en 140 países, el desperdicio de comida se genera en cada uno de los procesos de la cadena de producción-distribución-consumo. Esto incluye la recolección, almacenamiento, embalaje, transporte, oferta en puntos de venta y comportamiento final de los compradores. Entre los problemas destacados por este documento se encuentran las políticas de distribuidores, mayoristas y minoristas, de privilegiar “la perfección estética” de frutas y verduras (lo cual implica que muchos alimentos, magullados pero perfectamente consumibles, no lleguen a los anaqueles).

Al otro lado de la mesa, desde el punto de vista del consumidor, sucede lo mismo: elegimos frutas y vegetales bonitos, antes de comprar aquellos que presentan alguna manchita o un ligero golpe, lo que genera enorme desperdicio. A esta problemática, la FAO suma las prácticas comerciales cuya oferta estimula las compras excesivas de alimentos (muchos terminan echándose a perder en los refrigeradores y alacenas de los comensales), asignación de fechas de caducidad estrictas (los compradores asumimos que no es seguro ingerir un alimento después de ese plazo, aunque eso implique que alimentos en buen estado se desperdicien) y una cultura de consumo donde el despilfarro es tan natural que ni siquiera reparamos en sus consecuencias.

México en merma

En el caso de nuestro país, cada año desechamos alrededor de 37% de los alimentos que producimos (10.4 millones de toneladas al año de un total aproximado de 28.1 millones, porcentaje que supera la media internacional de 32%) y que alcanzaría para alimentar anualmente a 7.4 millones de mexicanos. Esto conforme a un análisis realizado por el Grupo Técnico de Pérdidas y Mermas de Alimentos en México, publicado en 2013 por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), el cual señala que los alimentos más desaprovechados son la leche de vaca y la guayaba: 57% de la producción termina en la basura. Les siguen el mango, pescados y sardinas, con 54% de desperdicio; luego el aguacate, el plátano y el nopal, con 53%. Para Genaro Aguilar Gutiérrez, especialista del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y encargado de esta investigación, “es inhumano que se desperdicien tantas miles de toneladas al año, que servirían para evitar el hambre que padecen millones de personas”.

Los consumidores contraatacan

Para evitar el desperdicio, la FAO recomienda a los gobiernos, entre otras acciones, generar campañas de educación y sensibilización dirigidas a cada uno de los actores de la cadena alimentaria y los consumidores; mejorar las infraestructuras de transporte, energía e instalaciones del mercado; además de promover el desarrollo y facilitar a los productores el acceso a nueva tecnología. Otras acciones implican un cambio en el marco legal y las políticas gubernamentales. Un ejemplo exitoso a nivel mundial es Francia, en donde se aprobó una ley que establece que los supermercados con superficies mayores a 400 metros cuadrados no pueden tirar a la basura productos perecederos. En vez de eso, deben donar la comida no apta para el consumo humano a organizaciones de cuidado animal o la producción de abono.

Como consumidores también tenemos la posibilidad de revertir la situación y contribuir con un mejor aprovechamiento de los alimentos. Existen organizaciones y redes dedicadas a concientizar a las personas con respecto de sus hábitos de consumo, y crear comunidad para luchar juntos por una nutrición sin desperdicio. Culinary Misfits, ThinkEatSave, Disco Sopa, Ugly Fruits (que busca convencer a los consumidores de incorporar a su carrito de compra todos aquellos “vegetales feos”). Por su parte, Picnic, Casserole Club, Shareyourmeal, Cookisto, Foodsharing, son sitios de internet que ponen en contacto a cocineros y compradores para compartir comida. Por ejemplo, si en una casa sobra comida, el usuario puede publicar su anuncio con los suscriptores de la zona y ofrecer los alimentos a costo bajo.

Futuro posible

Existe una tremenda oportunidad para recomponer el rumbo de las acciones destinadas a revertir el desperdicio de alimentos. Los especialistas de The Institution of Mechanical Engineers lo ponen así de claro: si el total de alimento producido anualmente en el mundo suma alrededor de 4 000 millones de toneladas, y de ese total se desperdicia entre 30% y 50%, significa que estamos alimentando a 7 000 millones de personas con 2 800 millones de toneladas de comida. Para alimentar a 9 600 millones de personas (la población estimada para 2050) bastaría con 4 000 millones de toneladas de alimento, las mismas que producimos hoy… pero sin el desperdicio. Aunque es imposible considerar una cadena de producción sin merma, las medidas en contra del despilfarro de comida que tomemos fortalecerán las posibilidades de un desarrollo alimentario global sustentable. Concientizar a la población y realizar acciones en contra de la pérdida y el desperdicio de alimentos, puede cambiar la manera en que concebimos la lucha contra el hambre y beneficiar a millones de personas.

Un país hambriento

Para solucionar el problema de la falta de alimento en el mundo existen, básicamente, dos soluciones. Por un lado, aumentar la producción u optimizar el consumo de los que actualmente se producen. A principios de agosto, Enrique Martínez y Martínez, Secretario de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, declaró a los medios que ante las previsiones de la FAO —las cuales establecen que para 2050 seremos 9 600 millones de habitantes en el planeta—: “tendremos que producir, al menos, 60% adicional de alimentos para satisfacer la demanda”. Esta afirmación vino acompañada de planes de infraestructura para aumentar la producción y las exportaciones, los cuales incluyen la tecnificación del riego, la dotación de tractores e implementos agrícolas y la implantación de un programa para la construcción de presas de cosecha de agua, entre otros.

Por otra parte, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) publicó los resultados de una encuesta realizada a un millón de beneficiarios de la Cruzada Nacional contra el Hambre, estrategia gubernamental creada en 2013 que “pretende dar una solución estructural y permanente a un grave problema que existe en México: el hambre”. Aunque este programa redujo la carencia de alimento de 100 a 42.5%, el mismo Coneval señala que “se deben encontrar mecanismos para lograr la reducción de la pobreza más amplia que involucra a 55 millones de personas”.

Desperdicio global

Según la FAO, la fruta es el alimento más desperdiciado del mundo. Cada año se desechan sin consumir 1 300 millones de toneladas, lo que equivale a 44% de la producción. Otros alimentos de alto desperdicio son los tubérculos (20%), los cereales (19%) y la leche (8% de despilfarro mundial).

Planeta agotado

De acuerdo con la organización Global Footprint Network (GFN), el pasado 13 de agosto, el consumo de los más de 7 000 millones de personas que poblamos la Tierra agotó los recursos naturales que el planeta es capaz de producir durante 2015. Es decir, a partir de ese momento todos los recursos que gastamos exceden la capacidad de producción terrestre. (GFN estima que “la humanidad necesita actualmente 1.6 planetas para sostener su modelo de consumo. Y se necesitarán dos planetas para 2030).

Daños colaterales

El desperdicio de alimento no sólo representa pérdidas humanas y económicas; también implica el uso inútil de agua, tierra, energía, material de embalaje, químicos, fertilizantes y pesticidas, además del combustible empleado para transportar la comida, entre muchos otros desechos colaterales. Este despilfarro es un riesgo para el ambiente debido al aumento de metano y otros gases de efecto invernadero causados por la putrefacción de los alimentos.

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