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Cuando tienes cáncer comer es una tortura

Cuando tienes cáncer comer es una tortura

Por Mayra Zepeda

 

Laura tiene cáncer de mama incurable y a través de la comida lucha por encontrarle sabor a la vida.

No se había dado cuenta de que estaba enferma. De la nada, tuvo mucho antojo de comer carne. No podía entenderlo, pero su cuerpo lo sabía: Laura Cordt tenía un cáncer incurable. De un momento a otro su relación con la comida se volvió crucial: lo que come, determina el tiempo que le queda de vida. Si pierde más del diez por ciento de su peso corporal, el pronóstico puede ser fatal. Es una lucha de interdependencia: la salud depende del apetito y el apetito de la salud. Y no solo las náuseas durante la terapia dificultan que Laura pueda ganar peso, sino que el sabor también cambia gracias a la enfermedad y el tratamiento.

La comida siempre fue muy importante para Laura, solía ser un momento para socializar pero ahora ambas cosas se le dificultan. Algunos días ni siquiera puede oler la comida sin sentirse mal. Antes, comía con ganas; ahora, come insegura: “¿Podré tomar más leche? ¿Qué hay con la carne? ¿Mejor me hago vegana? ¿El cáncer se alimenta del azúcar o no?” Existen más dudas que respuestas sobre la alimentación con cáncer.

Mientras Laura anhela probar la carne, para otros es todo lo contrario: “Muchas personas con cáncer, desarrollan una aversión a la carne”, dice Ingeborg Rötzer, terapeuta de nutrición para el Centro Nacional de Enfermedades Tumorales en Heidelberg y el hospital Nordwest de Frankfurt. A veces los pacientes tienen antojo de alimentos industriales, porque a menudo les provee energía extra.

Cuando la primera sesión empieza, Laura se entrega a la quimio. Pero al salir, normalmente quiere kebab, rollos primavera, cosas grasosas; no se prohíbe nada, “El cuerpo sabe lo que necesita”.

Foto de Laura tomada por su esposo, Nicolás

Foto de Laura tomada por su esposo, Nicolás

A principios de 2013, Laura recibió el diagnóstico, apenas tenía 30 años y un hijo de año y medio. Hasta ese momento los cambios en el gusto son imperceptibles: se cuidaba, sobrevivía, se recuperó y empezó a comer como antes. Pero en invierno de 2016, después de sufrir un accidente en bicicleta, los radiólogos notaron que había metástasis. Esta vez, el cáncer era incurable.

Las quimioterapias con platino a menudo distorsionan el sentido del gusto hasta por 180 días. Todo le sabe a metal, su comida favorita ya no tiene sabor e incluso el agua sabe extraño. La ciencia sabe que gracias al tratamiento las células corporales cambian y que la quimioterapia acaba con el cabello. Pero también las papilas gustativas se ven afectadas, aunque la ciencia todavía no confirma esta sensación.

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Laura cree que pueden ser las hormonas. Durante su embarazo también experimentó cambios en el sentido del gusto y algunos otros detalles: “En los primeros cuatro meses apenas podía comer. Mi olfato estaba en óptimas condiciones, pero la comida me parecía que olía terrible. Mi esposo a menudo comía solo, incluso en el balcón para que yo no pudiera olerlo. La pizza me daba asco”.

El cáncer de Laura es hormonal. Esto significa que el cáncer crece a través de hormonas sexuales como el estrógeno y la progesterona. Por eso el cáncer es hasta cierto punto controlable con una terapia antihormonal para evitar que el cuerpo produzca estrógeno. En otras palabras: Laura está en la menopausia 10 o 15 años antes de lo debido. Pero también existen personas que padecen la misma enfermedad y que han vivido más de 15 años, además las terapias cada vez son mejores.

Laura con peluca, así solo ella sabe que tiene cáncer.

Laura con peluca, así solo ella sabe que tiene cáncer.

Las personas con cáncer viven más, esta enfermedad se ha convertido en un mal crónico.

Ingeborg Rötzer lo deja claro: “¿Qué hago después del diagnóstico?” Es por eso que diseñó un curso de cocina, junto con la Sociedad del Cáncer y el Seguro Médico Técnico en Hesse. Los alumnos asisten tres veces por cuatro horas a la escuela de cocina de Mirko Reeh en Frankfurt. Reeh ha escrito varios libros de cocina y ha participado en programas de televisión alemanes. Para él se trata de combinar el conocimiento de sus alumnos con las tendencias culinarias actuales. Además él no los trata diferente, son un público no pacientes. Además ha trabajado con niños con cáncer también.

Para Mirko comer es “algo que vale mucho la pena”. El curso comienza cuando los alumnos comen diversas hierbas. No saben a metal, incluso después de la quimioterapia. Los asistentes pueden comprobar que la canela y la vainilla son buenas para cubrir el sabor metálico. “Me siento como una princesa”, dice Laura. Un día cualquiera, lleno de médicos y hospitales, se transforma en una experiencia agradable gracias el curso. “Por fin, tengo la sensación de que también yo puedo tener una buena vida”.

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“Cuando uno tiene cáncer, se pierde el control sobre la vida”, dice Ingeborg Rötzer. El curso también es un intento por llevar una vida normal y autosuficiente. Las horas de comida dan estructura al día y Laura lo ha intentado de todo para mantenerlo así. Asimismo, no quiere ser tratada o vista como una enferma y débil. Luego del primer diagnóstico era muy abierta al respecto y lo contaba a todos; pero con el segundo fue diferente, procuraba no mostrar el cáncer. Por eso Laura lleva peluca y se cuida de no tener cambios bruscos de peso.

Es la imagen de un paciente de cáncer, misma que Laura quiere destruir. Ingeborg Rötzer dice que el cáncer es una “enfermedad que consume”. Los tratamientos contra el cáncer son cada vez mejores y es posible imaginar un momento en que los pacientes aspiren a tener una vida normal. Siempre y cuando logren alimentarse bien. Laura lo está logrando.

La nota original la puedes encontrar en Munchies en español.