Eleven Madison Park es un restaurante ubicado en el corazón de la ciudad de Nueva York, en la planta baja de un histórico edificio art decó en la esquina de la calle 24 y Madison Avenue con vista a uno de los parques más bellos de Manhattan, el Madison Square Park.
Ahí está desde 1998, aunque durante los últimos meses estuvo en una esperada remodelación mientras el restaurante se trasladó durante el verano a la zona de East Hampton para abrir un pop-up relajado, sabroso, el multi instagrameado “EMP Summer House”.
El restaurante es propiedad y creación del chef Daniel Humm y del denominado “restauranteur” Will Guidara desde 2011, tiempo en el que ha evolucionado de forma importante y hoy, seis años después, ocupa el número uno de la lista de los The World’s 50 Best Restaurants.
Combo dinamita. Los que hemos tenido el privilegio de estar ahí sabemos por qué están hoy donde están y también contamos los días en los que nuestra nueva reserva tenga lugar. Es un viaje, es una experiencia.
Hoy, el restaurante ofrece un menú de ocho a diez tiempos en el comedor principal -un cubo ¿o rectángulo?, espacialmente como pocos para comer en el mundo-, y para otros gustos, cosa que el comensal aprecia, también se puede visitar el bar para un menú degustación más breve, algo de aperitivos ligeros o simplemente -cosa que llena nuestro corazón de alegría-, para una copa, y lo digo pues es quizá ahí, junto con el desaparecido Il Palio, donde he probado uno de los mejores martinis de Manhattan.
El cambio ha sido total, estructural he leído por ahí. Se cambió el comedor, la cocina, el servicio y, claro, el menú de degustación. “Nos cuestionamos todo cien veces”, mencionaba Humm, el más tímido y genial del dúo.
Aquel restaurante en el que hace años me enamoré nuevamente de los manteles largos abrió sus imponentes puertas revolventes con preciosas columnas de mármol verde la noche de este domingo 8 de octubre y los familiarizados con el menú sabemos que hubo dos platos que se quedaron: el pato asado con miel y lavanda y las raíces de apios y nabos cocinadas en interiores de cerdo antes y con una salsa de trufa. Y algunas cositas al principio.
Dos foie gras a escoger, según temperaturas -el frío que se hilvana con una col morada y se sirve en rebanadas que no se pueden creer-; y el plato que estoy convencida será de los grandes y más retratados, un cheesecake de esturión con caviar y que se sirve en rebanadas, así como el pastel, pero con una holandesa ahumada por encima. La gloria, además de bellísimo.
Hay langosta, pescados muy locales, quesos que se sirven capeados en un polvo de pretzel -al verdadero estilo del pan francés-, y que se sirven acompañados de cerveza. Hay donas fritas, y como también leí de su chef “hay pocas cosas tan buenas como lo caliente y frito”, ¡qué verdad hay en ello! Hay almejas, un carpaccio de hongos y siguen las tradicionales galletas con las que se abre el maravilloso menú. Todo tiene una razón de ser. A mí todo me parece muy, muy bien pensado.
Modificaron también el logo, nos mostraron a los groupies durante meses cómo iban conformando la nueva vajilla, las copas, y hoy sabemos ya que la carta de vinos que dirige Cedric Nicaise también caminó con la evolución. 40 vinos por copa, vino naranja –sí, naranja aunque no me guste- en su maridaje, 15 copas distintas para cubrir la amplia gama de tipos de vino ofrecidos durante “la” experiencia gastronómica y una lista de entre 3000 y 4000 etiquetas. Y repito, se puede ir solamente al bar. A eso le llamo ser generoso.
Sentaban 400 cuando inició el proyecto, hoy sientan a 80 comensales. Cómo me llama la atención cuando las cosas cambian tanto con los años. Pero mi emoción sigue intacta; confieso que la tártara de zanahoria de hace unos años no me sedujo en el momento pero la entendí muchísimo mejor después. Pasar a través de esas puertas de acero, ver una sala impecable y gozar Eleven Madison Park es, sin duda, saber que hemos ido al cielo en vida.
