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El amaranto de Don Ignacio

Por Animal Gourmet

Fue muy emocionante verlo llegar. Claramente venía de cerca, pues a pesar de las dos mochilas tipo costal -pero con cierre- que cargaba, no se le notaba agitación ni cansancio. Por el contrario, llegó sonriente y entusiasmado.

Nunca había tenido trato con algún productor de amaranto. Cuadrados, rectangulares, con pepita, con chocolate y, mis favoritos, con pedacitos de polen. Todo eso llevó Don Ignacio a VerbenaCDMX, en una de las sedes más bonitas de la ciudad, la esquina del Zócalo y el Templo Mayor, dentro de una casa antigua.

Eran las 11 de la mañana y a mí, como siempre, me empieza el hambre. Los puestos y la oferta de VerbenaCDMX era variada: helados de multipremiadas cocineras, roscas de reyes miniatura de una chef que ha sido galardonada como la mejor de Latinoamérica, vino mexicano -que se vendió mucho y me llamó la atención-, chocolates, panqués de elote de Xochimilco, en fin. Ignacio me convenció: “prueba los cuadritos con polen, son buenos para bajar de peso”. Me cayó bien por amable y por llevado, pero me cayó mejor por la calidad de sus piezas de amaranto y por lo que me contó.

Su familia comenzó en cines. A veces con alegrías, cuando había para comprar crema para montar con gaznates y siempre con alegrías. Comenzaron trabajando con amaranto por unos parientes poblanos.

“De vender de charolita colgada hemos pasado a vender afuera de salones de belleza y colegios, pues la clientela aprecia lo bueno y sabe que el amaranto además es nutritivo”, explicó Don Ignacio. Y hoy, me dijo, “tengo un puesto de mis productos al lado de la panadera más importante del país”. Se refería a Elena Reygadas y a los puestos -de ambos- en VerbenaCDMX, un mercadillo local en donde cocineros, productores y panaderos de todo origen, fama o nivel ofrecían sus productos -todos buenos-, al mismo tiempo que se daban clases gratuitas de cómo hacer mejores romeritos o prender un buen carbón.

Estuve como media hora con él. Ignacio vendió con eficacia y daba a probar cachitos a los asistentes. “Yo envié un correo electrónico ayer”, me seguía contando, “para estar presente y hoy ando vende y vende”.

“No sé qué me da más gusto Valentina”, terminó mi nuevo amigo marchante de amaranto, “que me volteen a ver cómo productor de calidad, que esté vendiendo en un lugar sagrado y con éxito, o que me debas, después de media hora de plática y de gozo con mis dulces, 90 pesos”. Eso fue VerbenaCDMX, anécdotas de mexicanos productores con nuevos espacios creativos llenos de emoción y calidad.