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Historia culinaria de España: El soborno de un capitán sibarita

Por Animal Gourmet

De todas las poblaciones que Hernán Cortés visitó en su camino a la ciudad de México Tenochtitlan, la ciudad de Chalco merece una mención aparte. Esta ciudad se encontraba muy cercana a  la laguna en la que se encontraba la capital del imperio tenochca.

El capitán nos dice que cerca de esta ciudad “dos leguas antes de que llegásemos a las poblaciones hallé muy buen aposento nuevamente hecho, tal y tan grande que muy cumplidamente todos los de mi compañía y yo nos aposentamos en el, aunque llevaba conmigo más de cuatro mil indios de los naturales de estas provincias de Tascaltecal y Guasicungo y Churultecal y Cempoal, y para todos muy cumplidamente de comer, y en todas las posadas muy grandes fuegos y mucha leña, porque hacia gran frío a causa de estar cercado de las dos sierras, y ellas con mucha nieve”[1].

El conquistador no sólo está preocupado por la alimentación de los españoles, sino también por la de los aliados

Nótese que el conquistador no sólo está preocupado por la alimentación de los españoles, sino también por la de los aliados que lo acompañan y que son por lo menos seis veces más que ellos. Distingue en la hospitalidad un gesto para con sus aliados también. Mención especial merece la calefacción adicional que les fue suministrada, un detalle más de cuidado y cordialidad por parte de sus anfitriones.

Pero veremos en este ejemplo que la hospitalidad se vuelve intento de soborno. El imperio que todo lo tiene, trata de halagar a los extraños para convencerlos de no ir a la ciudad de Tenochtitlan. Pues después del banquete ofrecido “vinieron a hablar ciertas personas que parecían principales, entre los cuales venía uno que me dijeron que era hermano de Montezuma, y me trajeron hasta tres mil pesos de oro, y de parte de él me dijeron que el enviaba aquello y me rogaba que me volviése y no curase de ir a su ciudad, porque era tierra muy pobre de comida, y que para ir a ella había muy mal camino”[2].

Pero el estómago de Cortés no sucumbió a estos halagos ni a los engaños. Por el contrario, lo orientó para saber qué hacer. Cerca de su llegada a Tenochtitlan el Tlatoani le mandó “diez platos de oro y mil y quinientas piezas de ropa y mucha provisión de gallinas y pan y cacao; que cierto brebaje que ellos beben (…) y dijo que todavía me rogaba que no curase de ir a su tierra porque era estéril y padeceríamos necesidad, y que donde quiera que yo estuviese le enviase pedir lo que yo quisiese y que lo enviaría muy cumplidamente”[3].

Él va a México Tenochtitlan por mandato de su rey

Cortés no se deja engañar por el hambre. Agradece el bienestar suministrado y se disculpa por no aceptar la solicitud, aduciendo que él va a México Tenochtitlan por mandato de su rey.

Con la comida suceden este tipo de procesos tan subjetivos. No se trata de decir tan solo “vete, no eres bienvenido.” Eso ya le había fallado a los aliados de los mexicas en Cholula cuando privaron de alimentos a los españoles. Ahora es “te doy lo mejor, pero por favor vete.”

A partir de este punto Hernán Cortés buscará que el suministro de alimentos dependa de una alianza política sólida, ajena a los caprichos de los caciques a quienes visita. Para ello siempre estuvieron bien dispuestos los indios tlaxcaltecas.



[1] Ibid ., p. 164.

[2] Hernán Cortés, op. cit.,  p. 28.

[3] Ibid ., p. 231.