drag_handle
El lanzamiento de esta aplicación será este año de la mano de la empresa Just Eat.

La app que descifra tu estado de ánimo y te dice qué comida te sentará mejor

Por Esteban Ordóñez Chillarón // Yorokobu (@YorokobuMag)

Las emociones trastocan el sentido del gusto. Hay macarrones tristes, eufóricos o estresados; también, aunque parezca imposible, existen acelgas alegres, incluso eufóricas. Las emociones que arrastramos al sentarnos delante de un plato modifican el sabor de los alimentos, pero también ocurre al contrario: hay alimentos terapéuticos que ayudan a activar o desactivar ciertos humores.

El psicólogo experimental de la Universidad de Oxford Charles Spence, especialista en una especie de neurología de la gastronomía, propone una aplicación que se sirve de un sistema de mapeo facial para detectar la actitud del comensal y recetar (en una acepción del término que mezcla lo culinario con lo psicológico) alimentos en consecuencia. «Desde hace tiempo estoy fascinado con cómo la tecnología afecta, influye y altera nuestras experiencias de comida», indica a Yorokobu. El lanzamiento de la app será en 2017, de la mano de la empresa Just Eat.

El invento lee tu caída de ojos, la consistencia de tus cejas, la tensión de la frente, la posición de tus labios, la agitación de la nariz y calcula cómo te sientes. En un artículo de The Telegraph, Spence destacó la importancia de que estos instrumentos pueden detectar estados que, en muchas ocasiones, el propio sujeto ignora.

Si atraviesas horas de agobio y estrés, la aplicación te sugerirá un menú con presencia de magnesio, que integre, por ejemplo, nueces o chocolate negro; en cambio, a quienes vuelan en una ola de emoción y excitación se les orientará a optar por ingredientes que regulen el azúcar en sangre como las legumbres.

«Hay dos caminos aquí: uno es recomendar un alimento para contrarrestar una emoción negativa y otro es marcar o elegir el mejor alimento para una emoción dada», cuenta Spence. O sea, ir a favor de pelo: recomendar un menú que, por sus componentes, brille más al mezclarse con tu situación mental. «La evidencia sugiere que estamos más abiertos a experiencias más desafiantes cuando todo va bien; en contraste, cuando estamos preocupados, nos inclinamos más comúnmente a regresar a comidas de confort, más complacientes y posiblemente menos saludables», indica.

El psicólogo se plantea el proyecto como una declaración de principios, quiere que nos interroguemos por las relaciones entre el humor y la comida.

Spence siempre se acerca a quienes perciben en la alimentación algo más que una simple necesidad orgánica. Su postura intelectual frente al comer es la misma que la de esos biólogos marinos que sueñan con las profundidades abisales que nunca lograrán conocer y catalogar. Ha colaborado con la Alicia Foundation de Ferran Adrià en proyectos sobre el «impacto del color de un plato en la percepción del gusto y en cómo hacer comida para que los pacientes de cáncer se sientan mejor».

La lengua es sólo uno de los estructuradores de la experiencia del sabor, que se construye también a través del tacto, el olfato, el oído, la vista. El papel del estado anímico es influir en la operatividad de estos sentidos, abrir o cerrar su rango de sensibilidad, priorizar unos u otros. Cuando uno está congestionado, atascado por la gripe, apenas disfruta de la comida porque tiene uno de los configuradores del sabor inutilizado. Podemos considerar, para entendernos, la depresión como una congestión neuronal: en vez de empobrecer la percepción desde el órgano como el catarro, lo hace desde la raíz del sentido y desde la interpretación de la información del mismo.

La idea de usar un procedimiento de este tipo no es nueva. El equipo de Spence usó durante años el mapeo de la expresión del rostro, pero hacía falta alguien que se encargara de leer y codificar la configuración facial de los músculos, y como él mismo reconoce, se trata de una labor intensiva y lenta. «La buena noticia es que los programas automáticos ahora pueden hacer un trabajo razonablemente bueno extrayendo detalles relevantes», celebra.

El gran objetivo, el sueño que persigue el psicólogo es que la personalización de la oferta culinaria alcance la precisión de otros productos. El mundo gastronómico debe sumarse al imperio de los datos. La cantidad de información que acumulan los dispositivos móviles sobre nosotros ayuda a las empresas a adaptarse a las preferencias de cada sector del público.

El diseño aprende de los valores de los potenciales clientes y de sus debilidades estéticas. Vía online, las empresas ofrecen la posibilidad de personalizar servicios.  No juegan al azar. Spence simplifica el asunto para hacerse entender: «Todos nosotros esperamos recibir ofertas de varias tallas de zapatos, por lo tanto, ¿por qué deberíamos darnos por satisfechos cuando recibimos todos ofertas de exactamente las mismas comidas? Vivimos en mundos gustativos muy diferentes».

En un mítico capítulo de Cómo conocí a vuestra madre, los protagonistas se dedican a buscar el local que cocina las mejores hamburguesas de todo Nueva York. Marshall las había descubierto por azar hacía años: después de un duro día dio un mordisco y sintió lo más parecido a una serendipia gustativa. Tiempo después contó la historia y todos quisieron probarla. A pesar de acabar localizando el restaurante, nunca encuentran aquel sabor maravilloso.  La actitud de búsqueda, la expectación, la imposibilidad de sorpresa impedían recuperar aquel bocado. Como demuestra Spence, el sabor es más una experiencia vital que una percepción.

Lee la nota original en Yorokobu.