drag_handle

Gula y orgías en la antigua Hispania

Por Animal Gourmet

Hablar de los placeres y los excesos en la antigua Roma es un extraño cliché propiciado, indudablemente, por la cultura fílmica de Estados Unidos y las series del Reino Unido. Para la cultura anglosajona no existen mejores ejemplos de exceso y degeneración que los antiguos emperadores romanos, como el legendario Calígula que inspiró varias películas.

También los franceses han contribuido desde una perspectiva cómica, con el famoso Astérix y su inigualable compañero Obélix. Una de sus mejores aventuras transcurre cuando involuntariamente conocen a un patricio romano que resulta ser el alma de las orgías y quien recibe los peores castigos por perder el trozo de pan en el perol de queso fundido, a manera de una fondue gigantesca.

Saliendo de los tremendos estereotipos, para los romanos era importante asociar el placer del comer a experiencias más intensas como la embriaguez y la lujuria. Sus cenas se acompañaban de un vino ligero y dulce que bebían concentrado. A lo largo del convite, las tensiones y el recato se desvanecían.

La moda romana de túnicas permitía el descubrimiento casual del cuerpo desnudo en sus recovecos íntimos y era muy fácil pasar de compartir alimentos a saciar otros apetitos. La cocina romana por tanto, estaba llena de recetas que apuntaban al favor de la diosa Venus (Afrodita, en griego) del placer y el deseo. Los ingredientes favoritos tenían formas que evocaban vulvas, pezones, nalgas y falos: espárragos, ostras, castañas, alcachofas y melocotones, entre otros alimentos afrodisíacos, componían las recetas de un banquete romano que podía devenir en orgía, pues además de los patricios, los guerreros y las matronas que se sentaban a la mesa estaban las cortesanas y los efebos que incitaban al placer carnal entre todos los convidados.

Todo este esplendor y exceso cultural y gastronómico caracterizó la vida cotidiana de los patricios romanos, que se deleitaban con la amplia variedad de hortalizas que se daban maravillosamente en la provincia de Hispania, es decir la antigua España.

Durante su viaje por Suiza, Astérix y Obélix se encuentran con un patricio romano muy aficionado a las orgías y excesos culinarios. // Foto: Especial.

Durante su viaje por Suiza, Astérix y Obélix se encuentran con un patricio romano muy aficionado a las orgías y excesos culinarios. // Foto: Especial.

El gusto español por los buenos alimentos tiene su antecedente en estas opíparas comidas que se recetaban. Para un festin patricio se servían ubres de cerda rellenas de erizos de mar salados, cazuela de sesos cocidos con leche y huevos, hongos de árbol hervidos en salsa de grasa de pescado y pimienta.

El servicio principal consistía en corzo asado con salsa de cebolla, ruda, dátiles de Jericó y pasas; avestruz hervida en salsa dulce; marmota rellena de cerdo y piñones; jamón con higos y laurel frotado con miel, asado en masa de harina y flamenco hervido con dátiles. De postre, fricasé de rosas con masa para pasteles y pasteles calientes africanos de vino dulce con miel.

La diversidad de ingredientes y sazones de la minuta se derivan de la extensión y dominio del poder romano en la península Ibérica y el resto del mundo mediterráneo. Las costas Beaticas de la provincia Ulterior cautivaron a los romanos españoles pues en sus aguas atlánticas pescaban atunes de carne blanca suculenta y aromática.

Por otra parte, con las caballas y los boquerones mediterráneos capturados, se elaboraba una deliciosa salsa de pescado fermentado al sol llamada garum, que acompañaba estupendamente el atún braseado y rociado con aceite de olivo de la región.

A través de la alquimia culinaria, los romanos de Hispania lograron conciliar los conflictos míticos de los dioses helénicos que se apropiaron. Pues sabemos de la rivalidad entre Atenea y Poseidón por ganar el favor de Zeus para gobernar en Ática. El concurso que dirimió esta disputa implicaba brindar a los hombres el mejor favor benévolo. El dios de los océanos ofreció las riquezas de la mar, mientras que Atenea entregó el olivo con sus deliciosas aceitunas de donde se extraía el preciado aceite verde, con lo que la diosa se consagró.[contextly_sidebar id=”21f40714d5a3b619d49ba8af0935acf9″]

Para los romanos de Hispania, este enfrentamiento divino se resolvió al combinar los deliciosos pescados y mariscos asados, cocidos o salados y en lajas, con unas gotas de aceite de olivas prensadas; las cuales también se machacaban para comerse curtidas en vinagre y especias con otras hortalizas. De esta manera, la mar y el olivo hacían las paces con los hombres sentados a la mesa.

Cuando uno visita la antigua Mérida, no la de mis antepasados yucatecos sino la de Extremadura en España, puede ver un magnífico museo y los restos del acueducto y del foro romano. Pero si uno quiere desentrañar la esencia cultural de la antigua Hispania, basta sentarse en un bar al aire libre y pedir tapas.

Poco a poco aparecen las delicias de una orgía de sabor en los jamones, los boquerones, el atún fresco en delicadas rebanadas, el montadito de solomillo de cerdo con higos, las croquetas de rabo de toro y el manjar blanco, entre muchas otras. Regadas con un clarete de verano, o un blanco de estío, aquello es maravilloso. Y las turistas hermosas de toda Europa, ligeras de ropa en minifaldas y bañadores son como nenúfares en el estanque de la dicha.