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El mezcal se bebe a besos

Por Animal Gourmet

Desde que descubrí Oaxaca me enamoré del mezcal. Lo mío fue un amor a primera vista, lo confieso. Entonces era muy joven e ignorante de lo que en verdad era el destilado. Recuerdo que llegué a esa milenaria tierra como si tuviera los ojos vendados, porque lo que único que tenía registrado en mi mente eran vagas historias de terror que había escuchado.

[contextly_sidebar id=”773618753e213913691003a3ff40cac1″]Gente que “creía” saber acerca de este mexicanísimo espíritu aseguraba, dentro de su pobre creencia, que el mezcal siempre era de horrenda calidad y que sólo estaba destinado a las clases menos privilegiadas. También revoloteaba entre ellos la idea de que en él habitaban sabores y aromas de alcohol con humo, que beberlo te dejaba ciego y que podía causar, en los casos mas extremos, hasta la muerte. ¡Válgame Dios! ¡Cuántos embustes llegué a escuchar!

Desde que pisé Oaxaca, y el verdadero mezcal se presentó a mi de mano de quienes orgullosamente lo producen, supe que toda la información que había escuchado sólo era la voz de la ignorancia pura. Gracias a ello, tan rápido como habían entrado esas mentiras, con igual velocidad salieron.

Descubrí poco a poco, mientras recorría comunidades mezcaleras como Matatlán, San Juan del Río, San Luis del Río, y Miahuatlán, que por generaciones enteras el mezcal se había resguardado en esos pueblos con recelo y que esta bebida era todo, menos lo que yo había escuchado antes de iniciar con mi travesía por aquellas tierras oaxaqueńas.

De la voz de los sabios ancianos, guardianes del mezcal, descubrí que este elixir es sin duda alguna el espíritu del maguey. De esta poderosa planta, hija del sol y la tierra, al ser horneada en el momento de maduración justo, fermentada naturalmente y destilada de la manera correcta se obtiene un delicioso y puro mezcal. Sabores y aromas propios del maguey y de la tierra de dónde este nace, que al degustarlo se va descubriendo.

Un anciano me dijo, mientras orgulloso me ofrecía una jícara llena de lo que él consideraba su mas preciado tesoro: “Bebe este mezcal a besos, es bebida de dioses. Este translucido trago es otro hijo de la madre tierra al igual que tú y que yo; guarda como en todos nosotros los verdaderos sabores y aromas de la tierra donde vivimos”.

Yo lo escuchaba estupefacto mientras el proseguía; “es parte de nuestra alma y por eso debemos de beberla con amor y apreciar cada sorbo tratando de descubrir los verdaderos sabores y aromas del maguey”. Cómo olvidar la sabiduría de sus palabras.

Al degustarlo, obediente seguía al pie de la letra las instrucciones del buen hombre y mi percepción respecto del mezcal cambió ipso facto. El vendaje cayó de inmediato, papilas gustativas y olfato estaban ya listas a recibir lo que en realidad era el mezcal. La historia que por delante vendría sabía yo que estaba ya escrita.

En ese momento decidí que el mezcal se convertiría en mi pequeña trinchera para mostrarle a México y al mundo las bellas personalidades que esta bebida tiene a todos que mostrar. Enseñarles que el mezcal al probarlo, no se bebe, se besa.