drag_handle

Dime abuelita...

Por Animal Gourmet

“Di por qué, dime abuelita. Di ¿por qué eres viejita?
Di ¿por qué sobre las camas ya no te gusta brincar?”

No importa qué edad tengas ni que tan duro seas. Un bocado puede bastar para convertirte automáticamente en un niño de 8 años que va de la mano de su abuelita por la calle; un niño que con emoción mete la cuchara en una gelatina sabor chocolate y se le dilatan las pupilas con felicidad.

Durante años mi familia se cambió de casa tantas veces que el señor de la mudanza era como un tío. Sin embargo nuestro hogar siempre estuvo, y está, en la colonia Escandón, donde pasábamos cada fin de semana.

Mi hermana y yo crecimos con mi abuelita escuchando canciones de Cri-Cri, jugando a las luchas en su cama —cuyas patas se rompieron más de una vez por los embates de “La pata rostizada”, “El halcón de Escandón” y “El águila de Cacamatzin”—. Es justo decir, aunque a estas alturas sea lugar común, tuve mis primeros acercamientos con la cocina y la comida como pinche de mi abuela que me ponía a cortar limones con cuchillos de mesa, quizá más por tenerme ocupado que por seguridad.

Gracias a ella conocí mis primeros secretos de cocina, aprendí a a escoger melones y papayas y descubrí sabores que me marcaron.

“Di ¿por qué usas los lentes? Di ¿por qué no tienes dientes?
Di ¿por qué son tus cabellos como la espuma del mar?

Después de un viaje al mercado o al tianguis de los martes llegábamos a El Cid y pedíamos dos gelatinas, una de chocolate para mi y otra de anís para ella. Sobra decir que con el tiempo se convirtieron en mis sabores favoritos y aunque haya probado centenares o miles de gelatinas ninguna me parece tan perfecta ni me llena de emoción al pensar en ella.

De pronto crecí, me mudé a otro estado y las gelatinas de El Cid bajaron la cortina. En 10 años las cosas cambian más de lo que uno piensa —o quisiera— pero como dice la abuela: “Todo tiene solución menos la muerte”.

Ahora las cosas han cambiado, de nuevo. Vivo cerca de mi abuelita, ahora la invitó a desayunar o a comer un postre y la consiento con carnitas de El rincón tarasco. Le llevo helado y todas esas cosas que el doctor le ha dicho que no debería comer pero que le iluminan la cara al probarlas.

El Cid reabrió. Apenas redescubrí el lugar, justo en el mismo local que antes y con la misma familia al frente. Ahora el local se llama Xanath y ofrece una gran variedad postres: flanes, pays, tartas, galletas, pasteles, panes y las ya famosas gelatinas.

Di por qué frente al ropero, donde hay tantos retratos
di ¿por qué lloras a ratos? Dime abuelita, ¿por qué?

Ahora, cuando voy de camino a casa de mi abuelita, compró dos gelatinas: una de chocolate y otra de anís, su favorita. Un bocado basta para entender y recordar la máxima de la abuela —su secreto para verse de 60 cuando tiene 80—: “Si no tiene solución ¿para qué te preocupas? Y si la tiene, ¿pues para qué?”

Postrería Xanath

Progreso #54 local 1, colonia Escandón, Miguel Hidalgo.
Teléfono: 6793 2793