Hoy se puede afirmar que somos privilegiados. En ninguna otra época de la humanidad se ha producido tanto vino ni en tal diversidad. Siendo así, y ubicándonos en México, cabría hacer las preguntas: ¿por qué, poseyendo la industria vinícola más antigua del Nuevo Mundo, no tenemos una fuerte tradición vinícola y por qué se bebe tan poco vino en nuestro país?
Podríamos aventurar explicaciones:
Ignoro cuánto se gasta el mexicano al año en el consumo de bebidas alcohólicas, pero no creo que el problema sea económico, sino de preferencias y costumbres. Nos hace falta más educación vinícola que dinero. Está demostrado que a mayor nivel educativo mayor es el índice en el consumo de vino.
A diferencia de los países europeos con gran tradición de cultivo de la vid, donde el vino es una bebida cotidiana, como en Francia, primer lugar en el mundo —55 litros per cápita al año en 2006—,[1] o Italia —58.5 litros per cápita al año en 2006—, en México solo se toma vino en ocasiones especiales.
Los reportes internacionales calculan el consumo anual en menos de un vaso, lo que nos sitúa en el número 65 del mundo, por ello podemos afirmar que en México «apenas si olemos el vino» —0.25 litros per cápita al año en 2007.[2]
Beber más no significa necesariamente beber mejores vinos ni ser un experto en la materia. Saber de vinos no implica adquirir los más caros y famosos —aunque, si se tiene la fortuna de degustar uno, vale la pena probarlo para ver si vale lo que cuesta.
Si se le pidiera su opinión sobre un vino, ¿cómo lo describiría?, ¿qué apreciaría en él?, ¿el olor, el sabor o el color? ¿Cómo o por qué lo elegiría?, ¿cómo y por qué decidiría maridarlo con cierto platillo? ¿Cómo lo guardaría?, ¿a qué temperatura lo serviría para que despliegue todos sus atributos? Y, ¿en qué copas?
Para responder a esta serie de cuestionamientos primero tendrá que informarse y leer un poco más sobre la cultura del vino,[3] sobre las variedades que hay en el mundo y, sobre todo, degustarlo, no atropelladamente —pues no es refresco—, sino aguzando sus sentidos. Así, gradualmente educará a su paladar, podrá tomar mejores alternativas y aceptará pagar más por un vino, porque se dará cuenta de que es realmente bueno.
El vino es, ante todo, la celebración de la alegría y del gozo de la alianza inmemorial del vino con el hombre.
Quizá hay que beber menos, pero hay que elegir mejor. Cada vino, cada estilo, cada tipo de uva es la expresión y reflejo de las cuestiones eternas que se ha planteado el hombre: ¿dónde?, ¿por qué?, ¿para quién?, ¿con qué fin? El vino es reflejo de la gran diversidad de culturas del mundo; en sus maneras y métodos de elaboración, en sus variedades de uva, en su historia, sus marcas y su gente, sus regiones, climas y suelos. ¡Por eso es universal!
No tenemos Edén, somos los expulsados del jardín y, sin embargo, el vino nos permite reinventarlo.
[1]www.vinis.es/showthread.php?t=624
[2]www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=211236
[3]www.winwspectator.com, www.decanter.com, www.elvino.com
[4]Impuesto Especial sobre Productos y Servicios.
[5]Jorge Luis Borges, «Al vino», El otro, el mismo, México: Emece, 1969.