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"Hay una relación natural entre la ayuda humanitaria en cualquier situación de desastre y la comida".

¡Gracias, chefs! El privilegio de ayudar cocinando

Por Valentina Ortiz Monasterio (@valeom)

Ha sido triste desde el día uno. Hay una sensación permanente que flota en el ambiente y que no deja sonreír mucho. A mí que me gusta tanto reír. Así ha sido la historia desde el pasado 19 de septiembre, cuando un temblor de magnitud 7.1 golpeó algunos estados de México, entre ellos la capital.

Las ayudas han venido desde las trincheras que nos ocupan y a uno que le enseñaron a ser multitasker pues tocó operar desde varios frentes. Con la cachucha de madre, la de cabildera, la de sensible vecina, la de temerosa generación de 1985, la de promotora de cocina. Tocó de todo. Así los días y las noches desde el terremoto del 19 de septiembre de 2017.

Hay una relación natural entre la ayuda humanitaria en cualquier situación de desastre y la comida. Y por ello, al tono de “zapatero a tus zapatos”, el apoyo por parte del sector de cocineros -de esos famosos, premiados, ocupados y con menús y cartas de vinos para viajados y dispuestos a gastar-, también fue natural.

Mi historia con este grupo de ciudadanos no es de hace décadas. Tengo amigos muy viejos, otros de otras vidas, otros de infancia, pero mis amigos cocineros son recientes y hoy sin duda un ejemplo de disposición y compromiso. ¡Cuánta gente tengo alrededor que tiene mejores medios para ayudar y no se inmuta!

Mis anécdotas son tan feas: desde la mujer que me ofreció apoyo con un par de pays ya partidos que le habían sobrado del domingo anterior, hasta el millenial que pensó que era importante sugerir usar un mejor pan que el de caja para llevar un día después del terremoto a San Gregorio, Xochimilco, bajo el argumento de que la población en México “está migrando a lo light”.

“La comida nunca sobra”, fue mi argumento desde el día uno. Y para los detractores de la iniciativa de comenzar ayudando con tortas -porque en la Roma se desperdiciaron- me hubiera gustado que nos acompañaran a los poblados a los que fuimos, a las carreteras que recorrimos, a los albergues en los que nos rifamos, a los tráilers que llenamos, todos, y cada uno de ellos, promovidos, difundidos, recopilados y exitosos por y solamente por mis amigos cocineros.

Si hay un oficio que requiere de logística y tiempos es el del cocinero y a buen árbol me arrimé. En cada una de las cocinas en las que estuve se escucharon instrucciones precisas, desde procesar kilos de manzanas donadas para hacer -no miento- un crumble bien rico con mucha mantequilla -escuché de un goloso cocinero que planeaba cena en un albergue cercano a Tlalpan-, hasta un comentario en plan observación y juicio de otro cocinero que asegura que solo los latinoamericanos embarramos la mayonesa en el pan cuando es lógico que al unirse con el pan gemelo, se distribuye eficientemente en el sándwich que empacábamos en utilísimos huacales emplayados para salir a Tetela del Volcán, Morelos.

No podría contar la cantidad de manos que apoyaron. Niños que eficientes cocinaron en las cocinas de restaurantes que han sido ovacionados por los medios internacionales; padres que en lujosos coches de pasadita nos dejaban kilos y kilos de queso; tortas de cochinilla pibil hechas con el amor que solo los que entendemos sabemos dar y que nos daban fuerza para los tristes caminos transitados a poblados en Xochimilco.

Camiones de miles de litros de agua embotellada con cariño y solidaridad por emprendedores y cocineros regios; picos y palas de cerveceros tapatíos; miles y miles de latas de atún y de frijol empacadas estratégicamente por amigas actrices, colegas abogados, mis hijas, mis sobrinos, mis hijos ajenos. ¡Vaya muestra de cariño!

No tengo palabras para agradecer lo que hemos logrado en 13 días de trabajo. No tengo forma de compartir la emoción que siento al escuchar la estrategia de mediano plazo, la de largo, la inmediata, todas ellas de voces de cocineros que en Mérida nos conectaron con transportistas, en Nueva York con donadores y en Barcelona con catalanes solidarios con la tragedia mexicana. Y esto solo es el inicio. Mi mayor agradecimiento a todos, mis respetos infinitos. No nos queda más que retribuirles: comer en restaurantes de los estados afectados también es ayudar.