Cuando el general Juan Domingo Perón llegó al poder en Argentina, desde entonces del brazo de su infaltable esposa Evita, Jorge Luis Borges trabajaba escribiendo a mano fichas para dar entrada a los libros en el catálogo en la biblioteca municipal de la calle Carlos Calvo, en el barrio Boedo, ese mismo barrio del tango Sur de Homero Manzi: San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo… El naciente peronismo destituyó a Borges, nombrándolo a cambio inspector de gallineros y aves de corral para vilipendiarlo. Obviamente no aceptó.
Del cuido y desarrollo de las aves de corral, lo mismo que de establos y toros sementales, vacas, y carneros, corderos y ovejas, así como de cerdos de raza, se ocupó prolijamente Rubén Darío, quien, aunque no era inspector aviario ni pecuario, debía enviar sin falta sus crónicas al diario La Nación de Buenos Aires, del que era corresponsal en Europa desde el año 1899, y en ellas trataba de asuntos que no sólo se limitaban a la literatura, pues también abarcaban las novedades de la moda, los espectáculos, las artes plásticas, el turismo, los progresos técnicos, las ferias y exhibiciones, la política, la cocina, y el reino animal comestible.
En su crónica El concurso general agrícola, celebrado en París en 1902, opina con propiedad de la avicultura: “Hoy se hace la cría intensa de las aves, se hace industrial y práctica. Se abarca la cría de gallos y gallinas, patos, pavos, gansos, pichones, faisanes pintados, o gallinas de Indias, cisnes y pavos reales: la cunicultura o cría de conejos, es una dependencia útil y aun indispensable de la avicultura”. Y luego se desplaza a la producción de huevos, y al comercio de las plumas de ganso para edredones y almohadas. Y cita a un docto señor Lemoine: “La gallina práctica, es sobre todo, la que produce, porque no hay que pedirle gracia, plumaje hermoso, sino rusticidad, fecundidad, resistencia…”
“La minuciosidad de la crónica muestra al buen periodista y también al buen gourmet”
En los corrales de aquella exposición admira un gallo enano de Cochinchina, que a lo mejor no servirá mucho para un ‘coq au vin’, o dará para media ración; y “gallinas liliputienses de Maline; gordos gallos manteses; faisanes variados, desde los comunes hasta los prestigiosos de la China, de colores vivos y violentos; pintados malgaches, como grandes martinetas, pavos magníficos y opulentos pavones”.
La minuciosidad de la crónica muestra al buen periodista y también al buen gourmet. Las aves muertas, desplumadas y colgando de ganchos, están allí mismo a la venta, lo mismo que las vivas: “los lotes se vendieron también caros. 50 francos el par de pavos, y 28 un par de gallinas”, nos informa.
Este tipo de inventario minucioso tiene sus antecedentes literarios, y los encontramos en Madame Bovary de Flaubert, en la célebre escena de los comicios agrícolas de Yonville, cuando Rodolphe, el galancete de pacotilla, seduce a Emma en la desierta sala del ayuntamiento que da a un balcón por el que sube la voz del presidente del certamen que adjudica las medallas: al mejor conjunto de cultivos, a un cordero merino, o a la calidad del estiércol de los abonos…; las palabras de amor mentirosas se entreveran en contrapunto con las de la prosaica premiación, mientras cerdos, corderos, cabras, vacas, chillan, balan y mugen abajo en la plaza, toda una sabrosa fauna destinada en un aciago futuro al cuchillo del matarife.
Un día dijo Rubén, en el prólogo a Cantos de vida y esperanza, que se ocupaba de la política en sus cantos, porque era universal. La crianza y engorde de las aves también lo era, sobre todo porque iban a dar a las cocinas y de allí a las mesas, y qué más universal que un plato bien adornado que regala la vista y el olfato, y luego el estómago.
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*Sergio Ramírez Mercado es escritor nicaragüense. En 1998 ganó el Premio Alfaguara de Novela con Margarita, está linda la mar. En 2011 recibió el Premio Hispanoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra. Su más reciente libro es la colección de cuentos Flores Oscuras (Alfaguara, 2013)