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Cocina y poder: La mesa del tlatoani Moctezuma

Por Animal Gourmet

Al tlatoani Moctezuma se le podía ver en la ciudad de Mexico-Tenochtitlan en distintas ceremonias y recorridos públicos. Estaba prohibido mirarlo directamente a los ojos, tocarlo o darle la espalda. Estas reglas estaban extendidas para todos; macehuales y nobles por igual, aunque en privado dispensara un trato personal con algunos miembros de su corte, entre ellos sus parientes, algunos guerreros y sacerdotes y sus concubinas y bufones.

En la epoca prehispánica, los gobernantes tenían la obligación de mostrarse publicamente al pueblo con toda la frecuencia posible. Las decisiones que tomaban y que afectaban a todos debían tener una forma física que les imprimiera simpatía y temor, y daban la certeza de que el gobernante estaba vivo.

En su andar por la ciudad, los súbditos podían observar los detalles más vistosos de su indumentaria como las sandalias, o bien la diadema imperial y los penachos que lucía en las ocasiones religiosas.

Uno de los rituales que se observaba todos los días era la comida del Tlatoani. Además de su frugal colación matutina, compuesta de atolli y unas pocas tortillas, y de los consumos de placer que se recetaba por las noches acompañado de cortesanos y otros personajes disolutos con quienes bebía cacao, fumaba tabaco y podía ingerir otros estimulantes poderosos como hongos y mariguana, el Tlatoani tenía su principal comida por partida doble: una de ellas podía ser privada y otra necesariamente pública.

La recámara real estaba junto al templo de Huitzilopochtli. A la hora de la comida un grupo de bellas mujeres se ocupaban de disponer los petates y esteras para que el Tlatoani comiera con sus escasos y selectos invitados, casi siempre parientes suyos. El previo de la comida era el lavado de manos, pues con éstas se tomaban los alimentos careciendo por completo de cubiertos para tales efectos. Para limpiar las manos y la boca, el Tlatoani siempre contaba con una servilleta de manta, misma que se utilizaba una sola vez. Estas mantas eran parte del tributo que llegaba cotidianamente a las arcas del imperio en grandes cantidades.

La vajilla era muy especial. Se componía de pequeñas escudillas que encajaban en un pequeño brasero en el que se ponía un trozo de carbón ardiente para mantener caliente la comida. Esto le permitía disponer al Tlatoani de cualquier alimento caliente al momento, pues como nos escribe uno de los testigos oculares de la mesa de Moctezuma, Bernal Díaz del Castillo: «teníanlos puestos (los guisados), en braseros de barro chico debajo». A Hernán Cortés le causó la misma impresión y recogió el dato en sus Cartas de Relación, mencionando: «Y porque la tierra es fría, traían debajo de cada plato y escudilla de manjar un braserico con brasa para que no se enfriase».

No se trata como hoy en día de un bufete con baños maría para que toda la gente que asiste a un restaurante en un lapso de tres horas encuentre los alimentos calientes (y recocidos). Se trata de que el Tlatoani tenga a su disposición los platillos que le plazcan, listos y en su punto, cuando él o sus allegados lo quieran. Las mismas fuentes nos mencionan que se le servían al Tlatoani más de 300 platos, de 30 guisados diferentes.

Esta tradición del buen comer entre los gobernantes la prosiguió Hernán Cortés. Los virreyes, a su vez, trajeron las costumbres de la corte de los monarcas españoles. En el siglo XIX reinó el protocolo francés. En el siglo XX estalló una Revolución popular por falta de alimentos. A partir de ese entonces, los presidentes de México han ofrecido banquetes a partir de recetas caseras y tradicionales de lo que llamamos cocina mexicana.

Unos han sido exquisitos, otros por el contrario muy austeros. Pero todos ellos han comido de acuerdo a su muy personal estilo de gobernar.

Desentrañar el sabor del poder es un reto fascinante. Nos encontramos con los antojos y los gustos de aquellos que ocuparon la codiciada silla y que quizás comieron sapos con una sonrisa para halagar a su antecesor y acceder así al máximo poder. Pero a pesar de los mayores esfuerzos por educarse y refinar sus maneras de comer, ninguno de ellos ha alcanzado la cima de los antiguos emperadores mexicas, ni la fabulosa mesa del conquistador Cortés.

¿No es hora de tener una nueva cocina mexicana a la Moctezuma? Yo creo que sí.

COCINA Y PODER