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El sabor de la vida o cómo las especias transforman corazones

Por Mariana Toledano

Los que hablan griego encuentran la similitud entre palabras que muchas veces guardan entre sí una relación oculta y profunda. Tal es el caso entre astronómos y gastronómos: el que se dedica a estudiar los astros y el que conoce el arte de comer bien.

El sabor de las especias es tan poderoso como el influjo de los planetas en el acontecer del tiempo: al centro de la sazón se encuentra el sol de los condimentos: la pimienta, quien reina en todos los guisos. Mientras que la canela es sensual y concupiscente, dulce y amarga al igual que las mujeres que representa Venus. Y la tierra es como la sal, indispensable para la vida y el sabor.

¿Dónde podemos aprender de este maravilloso conocimiento de los astros y la comida? En la ciudad de Estambul, en la tienda de especias del viejo Vassilis. Apenas suene la campana que alerta la apertura de la puerta, este hombre sabio se acercará a ti para saber qué quieres y qué necesitas realmente. Pues quizás pidas un poco de comino molido, pero cuando el tendero sepa para que lo necesitas, entonces te recomendará llevar otra especia más indicada.

¿Sabían ustedes que el comino impregna de un aroma profundo la comida y entonces los comensales se vuelven introspectivos? Y si lo que quieren es por el contrario abrir la conversación amable y casual, entonces deberán agregar canela, que es cordial y venusina ¡Para los suegros canela! Aunque la receta no lo indique.

En la tienda se pueden comprar aceitunas kalamata, chiles secos, ramilletes de albahaca y pequeños estuches de azafrán persa. Vassilis es un hombre sencillo, franco y apasionado. Ama Estambul como a nada, recorre las viejas calles hasta el Hammam a donde acude una vez por semana para aliviar los dolores de cuello que le causa la desavenencia de turcos y griegos que conviven en la legendaria ciudad de Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente.

Con el más bello hipódromo y la catedral de Santa Sofía, decorada profusamente con mosaicos dorados que iluminan el rostro de Cristo Pantokrator, y en medio de la ciudad se encuentra dividiendo el continente asiático del europeo el bello río Bósforo, de color azul turquesa del que se extraen exquisitos pescados.

Todas las mañanas despierta con el canto del almuédano quien llama a los musulmanes a la oración. Pero acude a la misa cristiana en la capilla ortodoxa de su barrio.

Nadie como él sufrió las redadas del gobierno turco contra los griegos residentes quienes fueron deportados a Atenas. La familia del viejo Vassilis tuvo que migrar dejándolo solo en Estambul. Lo que más le dolió fue despedirse de Fanis, su nieto. A quien le inculcó el gusto por la cocina al punto que se volvió un cocinero profesional. Pero que también viajó con su imaginación por los planetas de especias hasta ser un connotado astrónomo de Grecia.

Todos los años Vassilis prometía viajar a Atenas a visitar la familia, pero siempre ocurría algún percance que le impedía dejar su amada Estambul. Y sin saberlo contribuyó a que su nieto creciera como un desadaptado en el contexto griego, pues su condición de bizantino le pesaba más que el nacionalismo inculcado de Grecia.

Así encontró como vía de expresión la comida, pues al sazonar los platillos con las especias que le había enseñado su abuelo a distinguir y usar, entonces lo vivía como un reencuentro con ese amor a su ancestro y una posibilidad de tocar a través del sabor, la cultura que lo había formado en su primera niñez.

Transcurrieron muchos años para el reencuentro entre nieto y abuelo. Desafortunadamente en condiciones trágicas. Pero la impronta del astronómo y del gastronómo plantada por Vassilis germinó en su nieto.