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¿Son los holandeses los más altos del mundo por comer más queso?

Por Animal Gourmet



A principios de este año, un museo de Ámsterdam fue la escena de un terrible crimen.

Mientras revisaban la sala, los trabajadores del museo descubrieron con horror que una de las piezas más valiosas de la exhibición -un pequeño y brillante objeto con 220 diamantes- había desaparecido.

Un video de seguridad mostró a dos jóvenes con gorras de béisbol merodeando cerca de la caja donde se exponía la obra: alguien había robado la cortadora de queso más cara del mundo.

En algunos países, un robo en el museo nacional del queso puede sonar como la trama perfecta de una película para niños.

Pero en Holanda el queso es un asunto serio.

Para los holandeses, los productos lácteos no son solamente alimentos básicos, sino símbolos nacionales.

Y también la parte fundamental de su importante industria de exportación.

“Las posaderas del mundo”

El amor de los holandeses hacia los productos lácteos es, en gran medida, consecuencia directa de su geografía única.

Hace 400 años, gran parte del país estaba sumergido bajo el agua y parte del resto era una marisma pantanosa.

“Las posaderas del mundo”, así fue cómo un visitante del siglo XVII describió al país, “lleno de venas y sangre, pero ningún hueso”.

Durante los siglos siguientes, Holanda se embarcó en un extraordinario proyecto de reconstrucción.

Miles de canales fueron excavados y drenaron los pantanos con cientos de molinos de viento que bombeaban agua.

El país de las vacas

El nuevo terreno resultó perfecto para cultivar hierba húmeda, alimento ideal para las vacas.

Pronto, se empezaron a ver miles de estas criaturas pastando felizmente por las nuevas tierras.

La raza más popular del país -la frisona blanca y negra- se hizo mundialmente famosa.

Una de ellas, la vaca Pauline Wayne, llegó incluso a vivir en la Casa Blanca, proporcionando leche para el presidente William Howard Taft y concediendo “entrevistas” para el Washington Post.

La leche se convirtió en Holanda en una bebida popular, en una época en la que el agua potable escaseaba.

Toda la leche que no se bebía servía para fabricar mantequillas o quesos, que a menudo recibían el nombre de las ciudades donde se creaban, como es el caso del Gouda.

Además, el cuero de vaca se utilizaba como cimiento para edificaciones en Ámsterdam.

Un gran negocio

A día de hoy, Holanda cuenta con más de un millón y medio de vacas lecheras -casi tantas como Bélgica, Dinamarca y Suecia juntas.

Estas vacas producen cada año más de 12 millones de toneladas de leche y 800.000 toneladas de queso.

Según la asociación lechera Zuivel NL, las cerca de 18.000 granjas holandesas proveen 60.000 puestos de trabajo en el país.

Y cada año, Holanda exporta cerca de 7.000 millones de euros (US$7.800 millones) en productos lácteos a países tan lejanos como China, Nigeria o Arabia Saudita.

Las vacas lecheras se han convertido, de hecho, en uno de los pilares que ayudaron al despegue de la economía holandesa.

Pero el negocio de los productos lácteos en el país no consiste sólo en la exportación; los propios holandeses consumen grandes cantidades de estos productos.

Para ellos, la leche y el queso son alimentos básicos, parte esencial de su compra semanal -como el arroz lo es en China o las bolsas de té lo son para los ingleses.

Se dice que una sexta parte de la compra de un holandés se compone de productos lácticos.

En un año, un holandés consume de promedio más del 25% de productos lácteos que sus homólogos británicos, americanos o alemanes.

Sin embargo, la cocina holandesa no tiene gran reconocimiento a nivel internacional. Los platos populares se componen de verduras como repollo y patata.

El queso es una gran excepción, un alimento que puede transformar al holandés más humilde en un quisquilloso gourmet.

Los mercados holandeses venden queso en una impresionante variedad de tamaños, edades y sabores, desde Maasdammer, con sus agujeros al estilo suizo, al Komijnekaas, del tamaño de una rueda de carro.

Quizás el queso más famoso es el esférico Edam, recubierto de cera para ayudar a retener la humedad y apilado en las estanterías de los supermercados.

En 1840, un acorazado uruguayo llegó a utilizar estos quesos holandeses como bolas de cañón, rompiendo el principal mástil y rasgando las velas de un rival argentino.

Hoy en día, este tipo de quesos se comen en el país incluso en el desayuno.

Los trenes de la mañana se llenan de pasajeros comiendo sándwiches caseros de queso y pan integral, a menudo acompañados de un yogur o un vaso de leche.

Cuenta una leyenda urbana que un ejecutivo incluso se quejó a la aerolínea nacional KLM sobre la comida que servían en clase preferente -no era necesaria tanta comida caliente y champaña, dijo. Un sabroso sándwich de queso y un vaso de leche eran más que suficiente.

Tierra de gigantes

Uno podría pensar que una dieta con tantos lácteos no es buena para conservar la cintura, pero los holandeses parecer haber crecido en el sentido contrario.

A mediados del siglo XIX, un holandés medía 1,63 centímetros de alto -era 7,5 centímetros más bajo que un americano medio.

Sin embargo, tras 150 años de una dieta rica en leche y queso, los holandeses lograron sobrepasar a los americanos y a todos los demás.

Durante aquella época, los hombres medían de promedio 1,83 centímetros y las mujeres 1,70 centímetros.

Pasaron de estar entre los más bajos de Europa a convertirse en los más altos del mundo.

Los científicos continúan debatiendo las causas de este “estirón”: una alimentación mejorada, democratización de la salud, factores genéticos o selección natural, son algunos de los motivos en el centro de la discusión.

Un dato importante es que el crecimiento parece ser contagioso: los inmigrantes que viven en Holanda normalmente crecen mucho más que los compatriotas que permanecen en sus países de origen.

Por lo tanto, es perfectamente posible que la adicción de los holandeses a los productos lácteos haya jugado un papel fundamental en la conversión de este país en una nación de gigantes.

Durante los últimos años, los productores de leche en Europa han atravesado tiempos difíciles. Sus exportaciones a Rusia -un mercado importante para el queso holandés- colapsó el año pasado durante el conflicto en Crimea.

Este año, la abolición por parte de la Unión Europa de las cuotas de producción de leche obligó a bajar los precios hasta en un 20% de algunas partes del continente.

Pero para la mayoría de los holandeses, el amor por la lactosa permanece intacto. La leche sigue siendo una de las bebidas favoritas y el queso, una “religión” nacional.

La cortadora de diamantes que fue robada en el museo del queso nunca fue encontrada.

En su desesperación, Boska, la compañía que lo fabricó, ofrece una recompensa que espera atraer el interés de sus compatriotas: quien encuentre la máquina de cortar recibirá la fondue de queso más grande del mundo.

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