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"La vendedora de frutas", una obra plástica que muestra los sabores de México

Por Mariana Toledano

Hace algunos años le preguntamos a una alumna francesa, Marie Regie: “Cuando llegaste a México, ¿qué fue lo que más te sorprendió?” De inmediato respondió: “Los puestos de frutas; no podía creer el tesoro que tenía frente a mí. Y por otro lado yo pensaba que en Europa había probado las piñas y los mangos, y fue acá donde verdaderamente descubrí de qué se trataba el sabor de un mango y de una piña.”

Su respuesta nos llevó a reflexionar en tantas cosas que para nosotros los mexicanos resultan tan cotidianas, como el aroma y la dulzura de nuestras frutas, así como la gran variedad de las endémicas, de las que nos han llegado de Europa o las que viajaron siglos atrás en el galeón de Acapulco.

Es sorprendente cómo se naturalizan las frutas que no son originarias de México y cómo, nuestra tierra y clima, les obsequian intensidad de sabor.

Esta reflexión nos llevó a recordar la maravillosa pintura “La vendedora de frutas” de Olga Costa, quien castellanizó su nombre Olga Kostakowsky. Ella llegó a México en 1925 con sus padres y poco a poco se fue integrando a la vida cultural de nuestro país.

Influenciada por la Escuela Mexicana de Pintura y embelesada por la obra y personalidad de Diego Rivera, Olga decidió convertirse en artista plástica en un momento en el que los mexicanos decidimos hacer una introspectiva y ver lo más profundo de nuestro país.

Con el muralismo surgió la mencionada Escuela Mexicana de Pintura, de la que se desprendió una pléyade de grandes pintores mexicanos y en la que, por cierto, también participaron artistas extranjeros de la talla del francés Jean Charlotte, Pablo O’Higgins, las hermanas Grace y Marion Greenwood, y el gran artista neoyorquino-japonés Isamu Noguchi, este último, uno de los pintores más importantes que ha tenido la ciudad de Nueva York.

La obra cumbre de Olga Costa, “La vendedora de frutas”, nos muestra un crisol de frutas mexicanas, las endémicas de la tierra y las que llegaron de Europa o Asia.

En el centro del cuadro tenemos a la gran protagonista: la vendedora de frutas con su impecable peinado, su blusa rosa y su delantal azul; con la mano izquierda nos muestra, como enseñándonos su corazón, una pitahaya –fruta endémica de México–; además podemos apreciar frutas nacionales como el zapote negro, el mamey, la guanábana, el tejocote, la chirimoya, las calabazas, las jugosas tunas, xoconostles, aguacates, chicozapotes, papayas y piñas sudamericanas.

Muy cerca de ella tenemos el cacao, fruto que transformó la repostería mundial.

cacaos

Granos de cacao.

También encontramos cacahuates y jícamas, que tanta ilusión despertaban en nuestra infancia por ser frutos piñateros que, al romper aquella estrella de siete picos, que representaban los pecados capitales, caían del interior de la piñata como premio por haber vencido las tentaciones; así nos abalanzábamos sobre ellas, por lo general a riesgo de salir lesionados por un pedazo de olla de barro que nos caía en la cabeza (a estos pedazos de ollas rotas se les llamaba tepalcates).

No importaba el “tepalcatazo” si lográbamos atrapar jícamas, cacahuates, tejocotes y cañas. Estas últimas llegaron a México en 1524, cuando Hernán Cortes las introdujo y montó el primer ingenio azucarero en Coyoacán. Esta tierra no resultó muy buena para el cultivo de este producto, por lo que la industria se tuvo que establecer en el actual estado de Morelos, con sus grandes haciendas azucareras que hoy siguen en pie, como la hacienda Vista Hermosa. 

En el lado izquierdo de la pintura de Olga Costa podemos apreciar largas cañas y a lo largo de toda la parte superior aparecen maravillosos racimos de plátanos, esta fruta que llegó a nuestras tierras en el siglo XVI aclimatándose de tal manera que en la actualidad contamos con aproximadamente 20 variedades y una importante producción nacional.

platano maduro

Plátanos mexicanos.

Los mangos originarios del sudeste asiático -y de los que hoy tenemos un buen número de variedades- nos llegaron a través del Galeón de Acapulco o Nao de China. Otra protagonista en la pintura es la mandarina, de origen chino, igual que los melones que Galeno ya mencionaba en sus tratados de medicina a principios de la era cristiana.

Así podemos seguir mencionando muchas frutas como el capulín, que se utilizaba y se sigue utilizando en la medicina indígena, o la guayaba, una de las frutas más ricas en vitamina C, o los duraznos.

Seguimos apreciando más frutas: peras, cocos, toronjas y limas; o las granadas que llegaron de España en el siglo XVI para convertirse en un emblema al formar parte del platillo que conmemora nuestra independencia: los chiles en nogada.

cocoOK

Coco de Acapulco.

También se ven las emblemáticas sandías africanas. Según una leyenda, cuando Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide se encontraron en febrero de 1824 en la Hacienda de San Gabriel de las Palmas, Vicente Guerrero le ofreció a Iturbide una sandía que partió con su espada. Apareció el jugoso néctar de esta fruta con sus tres colores, verde, blanco y rojo. En ese momento, dice la leyenda, Vicente Guerrero exclamó “Estos serán los colores de la bandera trigarante”.

Sin embargo, ésta es una leyenda que muchos historiadores han desmentido, pero que sin duda le da un origen romántico a los colores de nuestra bandera nacional. Dicho sea de paso, las sandías fueron protagonistas de la obra del maestro Rufino Tamayo, que tanto mexicanizó.

Hablar de frutas mexicanas, es hablar de uno de los grandes dones de esta tierra rica, que como dijera el poeta jerezano Ramón López Velarde: “tu superficie es de maíz…”, pero también te dio el seductor perfume, el alucinante colorido y los néctares paradisíacos de las frutas mexicanas.

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Ayudante de investigación, León Aguirre Tinajero