Cuando Julia Loma por fin supo lo que provocaba su intenso dolor de riñones, la peor noticia no fue el diagnóstico, sino el cambio de hábitos a que se tenía que someter por indicaciones de su médico. Los estragos provocados por años de tuberculosis renal sin tratamiento la obligaban a dejar de inmediato el refresco y empezar a tomar, al menos, un litro y medio de agua diario.
De no hacerlo, le advirtió el doctor, necesitaría de diálisis y hasta buscar un donante de riñón. Adiós a su Coca-Cola del desayuno y de las tardes. Hola horrorosa agua simple. No sales, no azúcares, porque eso hace que los riñones trabajen de más.
“El agua ¡sabe feo! ¡No me gusta! Si la voy a tomar, la tomo en botella de plástico. Toda la demás agua no, no’más no me entra”.
El único sabor que tolera es el agua embotellada en formato individual y de marca Bonafont, la más vendida en México. Compra presentaciones de un litro o litro y medio para asegurarse de que toma exactamente lo que el médico le pidió.
Para ella, el agua de la llave no es una opción. Desde que llegó a vivir a la Ciudad de México —Julia es originaria de Querétaro — le han dicho que esa agua no se bebe. Aunque, por definición y por derecho humano, el agua de la llave se debería poder beber.
Julia vive en San Antonio Tecómitl, en Milpa Alta, una de las delegaciones más abandonadas y de más difícil acceso en la Ciudad de México, por tanto los únicos que se dignan a subir son los camiones cisterna o de Bonafont.
Ella sólo puede usar la toma de agua potable tres veces por semana y es que vive en una de las 241 colonias que recibe agua por tandeos (turnos) que suman unas 14 horas a la semana en promedio, según un estudio de la investigadora Gloria Soto de la Universidad Autónoma de Metropolitana (UAM) Cuajimalpa.
Hubo un tiempo en que Julia le daba a un trabajador “para su refresco”, unos 30 pesos, para que abriera más la llave y llegara agua a la colonia los domingos. Sólo así, dando “para el refresco” — contribuciones que Julia no considera un acto de corrupción sino “una ayuda a quien ayuda” —, es que los vecinos han logrado tener electricidad, líneas de teléfono y tomas de agua potable más cercanas. Pero, desde que ese trabajador se fue, las cosas se han complicado. En un mes no ha subido agua.
Julia gasta unos 500 pesos o más al mes entre botellas y garrafones, lo que supera el 3% de su ingreso, que es lo máximo que las personas deberían invertir en agua potable, según sugiere la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Ella no se atreve a beber agua del grifo que debería ser potable y, por definición, apta para consumo humano.
La población mexicana no sólo gasta en pagar el servicio de agua que llega a sus casas, también tiene que invertir en camiones, cisternas y tinacos para almacenarla y en comprar agua embotellada, para beberla. Esto quiere decir que sólo el 20% de los hogares en México, aquellos con ingresos mayores de 18.000 pesos mensuales, gastan 3% o menos en agua embotellada. Mientras, en otros países, es común beber directamente agua del grifo.
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En 2015, México mantuvo el primer lugar como consumidor de agua embotellada por habitante en el mundo, con 244 litros per cápita (el 9.5% del volumen total consumido en el mundo), de acuerdo con los últimos datos de Beverage Marketing Corporation citados en la más reciente publicación de la Asociación Internacional de Agua Embotellada (IBWA)
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