La entomofagia —el fino arte de comer insectos y arácnidos que en Latinoamérica es tan socorrido— por fin se coló hasta algunos de los restaurantes más lujosos en Europa, en donde larvas y grillos ahora comparten plato con foie gras y copas del mejor vino orgánico del mundo.
En Le Festin Nu (El almuerzo desnudo), en París, se pueden encontrar escarabajos rojos con remolacha y aceite de trufa, escorpiones de agua con pimientos y ajo negro, o chapulines con huevos de codorniz. El chef Elie Daviron tiene buenas razones para haber introducido estos platillos a su menù: “Soy un chef profesional, pero estudié ciencia política y sociología, así que por una parte me interesa la cuestión de encontrar nuevas fuentes de comida para alimentar al mundo, y en la otra está el reto de hacerlo saber y verse bien”.
Como dejó asentado la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en un estudio reciente, comer insectos es una posible solución al futuro de la alimentación y el hambre en el mundo pues los insectos tienen tantas propiedades proteínicas como la carne y que dados los costos de producción, mucho más económicos, debe fomentarse su consumo.
Sin embargo, el cultivo a gran escala de insectos se ha revelado, hasta ahora, imposible, tanto financiera como tecnológicamente. “Debemos mejorar nuestro entendimiento de la psicología de los insectos y sus necesidades”, dice Jean-Gabriel Levon, el dueño de Ynsect, un pequeño negocio parte de uno de los programas de investigación sobre el tema en Francia.
Además, comercializar insectos para el consumo humano aún no está autorizado en Francia, sólo es tolerado.
Las pruebas están ahí y los europeos —aunque hay quien simplemente no puede con “la sensación de las patitas” o la consistencia de los antrópodos, resultan minoría— parece estar abierta a recibir a estas criaturas en su plato. “La única decepción que siente la gente es que no tengamos una mayor oferta”, dice Daviron.
Con información de BBC.
