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Viajero Frecuente

Por Animal Gourmet

Una vez más vuelvo de otro de mis negociados destierros. Esta vez la sentencia fue de una escasa semana, realmente fue muy poco tiempo para disfrutar de los bellos y nevados espacios pirineos. En esta ocasión he dedicado un par de días a las habituales caminatas de reconocimiento entre los accidentados viñedos de garnacha, cariñana y syrah. Colinas de inconfundibles pizarras e intemperizados granitos cubiertas de una vegetación de hierbas y arbustos de montaña que los locales la refieren como “la lande”.

[contextly_sidebar id=”0e0ac940e3a449055b34d8aae40ac503″] Cuando piso estos paisajes, de inmediato mi cabeza se transporta a los sabores que atesoran los vinos de este hermoso lugar. Los días se agotan; es increíble como en tan solo unas cuantas mañanas de visitar a mi amigo el panadero reapareció mi adicción al croissant y al pain au chocolat . Regreso a Barcelona. Mi hija Daniela, la anfitriona de cabecera, me espera para hacer rendir el último día del viaje. ¡La suerte está echada!

Primera actividad: almuerzo. Un tete â tete  -cava y huevos fritos con chipirones en “El Quim”– tarde de librerías  y por último, noche familiar de largas reflexiones en nuestra sede oficial “La martinería”. La luz matutina se entromete en la plática y sin más ni más, alumbra las cúpulas Gaudianas.

Es hora de ir al aeropuerto. Subo al avión, mi cerebro tiene firmes intenciones de aprovechar al máximo las próximas nueve horas de mi “arraigo aéreo” para resolver al menos una parte de la lista de los interminables pendientes que me persiguen. Sin embargo, mi cuerpo se adueña de la situación y antes de que la sobrecargo nos endulce el viaje con el speech de rutina, caigo literalmente muerto. Me despierta una sacudida que afortunadamente tiene que ver con el aterrizaje. Descendemos de la aeronave y estoy, y en verdad así lo espero, en la última escala, la última parada antes de llegar a mi México.

Al bajarme del avión leo un letrero que dice: “Welcome to United States”, aeropuerto de “Newark, New Jersey”. En menos de lo que mi inconsciente digiere el letrerito de “welcome”, mi consciente me dice que podrían ahorrarse la palabrita.

Me enfilo cual ganado lechero, siguiendo sin mugido alguno el resto del hato a la ordeña matutina, al tortuoso y tardado proceso de “welcome”. Sobrellevo con bastante dignidad el oleaje migratorio, respondo mejor que en la escuela el infalible cuestionario de: “¿Por qué nos visita?”. Declaro bajo protesta de decir verdad que no traigo nada indebido, mucho menos que tengo algún tipo de resentimiento ante la nación bendita por Dios y sobretodo, que yo no se nada sobre la caja negra ni del paradero del vuelo BH 370 de Malaysia Airlines.

El uniformado me toma una vez más “la foto”, a pesar de que la camarita ya me tiene más visto que a Obama tratando de convencer por televisión a los “american citizens” de que él no tiene nada que ver con los disturbios en Venezuela y que si Putin sigue con sus tendencia invasoras, está dispuesto a aplicarle severas sanciones como cortarle el suministro de Diet Coke.

Finalmente estoy en los United States. El singular proceso de “voy en tránsito” me llevó un poco más de dos horas. Gracias a las buenas conexiones de United  y sus miembros “Star something”, después de todo el numerito todavía me quedaron un par de horas para “ocuparme en algo”.

Afortunadamente para mi sorpresa, la sofisticación americana está empeñada en alcanzar el infinito y mas allá y, como por arte de magia, puso frente a mi justo cuando caminaba hacia la sala de “última espera”,  un verdadero “wine bar”; -not beer-, -not alcohol-, “just wine”.

Tengo que confesarle a mis fans que en ese momento mis intenciones eran más bien “cheleras”. Sin embargo me dejé seducir como todo un “wine lover” y, sin pensarlo mucho, me senté en uno de los bancos de tan atractiva barra. Tome la carta, le eché una escaneada “fast track” y así, a “botepronto”, ésta me pareció bien presentada; buena selección de vinos por copa, además de que ofrecían botellas “to go” de todos precios y calidades.

…le pedí a mi cansada cara que cambiara sus naturales facciones a las muy estudiadas expresiones de connoisseur…

El bar estaba lleno y aunque no ví ninguna cara conocida, era momento de disimular los estragos físicos del “arraigo aéreo” vivido en las últimas horas, por lo que de inmediato le pedí a mi cansada cara que cambiara sus naturales facciones a las muy estudiadas expresiones de connoisseur y con una actitud “supercool”. Hojeé la carta de “wines of the world”, más por curiosidad que por buscar algo en particular. Esculqué entre la  lista de opciones de vino por copa, me deje llevar por mi tatuaje de “México en la piel” que me heredó el mismo Luis Miguel y por un segundo llegue a pensar, igual me pido un “mexican wine”. Obviamente, no “Mexican option”. Ni modo, “my first choice” no estaba en la lista.  Mi selección mexicana tendrá que seguir esperando (no me refiero a la del Piojo  y su once mundialista).

Ante una lista de vinos autodenominada “wines of the world” que francamente apuntaba  más a  “off the world”, reconozco que mi ingenua mexicanidad me llevó a pensar por un instante que encontraría  un vino mexicano. Había algo dentro de mi que decía: “Si ya somos una super minoría casi mayoría en este territorio, podrían al menos tener el detalle de proponer un opción mexicana”. ¿Por qué no? Alguno de los singulares caldos del afamadísimo doctor Víctor Torres Alegre, el único doctor en enología en México, con más de 30 años de experiencia en Baja California.

Me parece que el sommelier aprendió geografía con el pato Donald

En fin, habrá que sugerirles otra estrategia de selección (ojo no me refiero al  futbol que ahí ya se les esta haciendo costumbre atropellarnos). Ante tan complicada situación sólo me quedó  echar mano de mi bagaje de viajero frecuente y experimentado y hacer algo digno de cualquier trotamundos que se diga verdaderamente aventurero. Después de tanta “Unión Europea”, en los últimos días de mi vida, mi “trip” debería ser otro, así que automáticamente descarte los vinos del Viejo Mundo.

Las opciones se iban reduciendo, junto con México, nuestros queridos vecinos ya habían borrado de la “no tan lista” “wines of the world”, todo los países que no conocen. Me parece que el sommelier aprendió geografía con el pato Donald. En menos de un minuto, mis opciones se cerraban. De pronto;  Sudamérica selection: Tannat, Malbec y Cabernet Sauvignon, trilogía perfecta. Uruguay, Argentina y Chile: de entrada la tercia sonaba atractiva.

Pero mi instinto enológico me decía que estando en la tierra prometida, mi esfuerzo de selección debería ir mas lejos. ¿Por qué no un USA wine? Automáticamente, como por arte de magia,  se asomaron Pinots de Oregon, Supercabs de alcurnia y algunas ya no tan sonoras propuestas “Rhone style” de Paso Robles. Aquello se iba volviendo muy predecible.

Mi pesimista garganta insistía: “mejor buscamos una chela” pero ¡oh sorpresa! había, ahí en esa lista, un flight de 3 vinos nada menos y nada más que de New Jersey.  Así que me dije:  “Voila, de aquí soy, ¿qué tan arriesgada podía ser esta decisión?”

Para enriquecer la aventura, le pedí al Natgeo-sommelier algo con que acompañar la enoaventura —“Please also cured olives”. En centésimas de segundo aparecieron frente a mi, sin más ni más, así como así.

Acto seguido, en una pequeña charola de madera que hacía las veces  de un  circo de tres pistas, apareció “The Real Flight”¨: Chardonnay 2012, Chambourcin-Cabernet 2007  y Barbera  2010.  Estaba yo tratando de contextualizar mis sentidos cuando  un amable mesero me acercó un plato de “cured meats”. A pesar de que se veían súper buenas pensé: ”Seguro alguien a mi alrededor, a punto de tomar su avión, ordenó estos  embutidos y los espera con ansias de pasajero hambriento”. Le tuve que decir con mi “cured face” que yo no había pedido ese manjar.

Acto seguido, se me acercó “The big guy”, nada menos y nada más que ¨The NatGeo-Sommelier¨ y preguntó: “¿Usted no pidió un plato de XyXyzzzcMeat? ¡No!, le respondí.  El garçon puso una cara mezcla de “no mames y ni modo que me hizo sentir incómodo pero dijo: “No problem”.

Viendo la reacción del bar tender, pero sobre todo viendo la cara de los embutidos, le dije: “Déjamelos”, pero me costó “fumarme” unos 10 “no problem, I would take it back”, para que los dejara. Créanme, Dios existe.

¿Qué tan abiertos estamos los consumidores ante las diferentes propuestas?

El New Jersey flight se vio súper favorecido. Bueno, más bien debería decir que yo fui el que me vi súper favorecido. Los vinos pedían a gritos comida y ante este plato de “cured meat” finalmente encontraron su contexto y expresaron un tímido carácter acompañado por el “support”, “the full support of the region”. Un Chardonnay que, como dice mi hijo, “un buen toque de madera y no le fallas”un Chambourcin-Cabernet que ocultaba la falta de sol del Cabernet con la ayuda de un Chambourcin que lo aligeraba y lo perfilaba a la categoría de drinkableun Barbera con cierta frutalidad que de plano marcó su escenario en un evidente “back  of american wood y una ligereza corporal que supo ponerse de acuerdo con la frescura de su acidez.

Supongo que el efecto relajante que produce tomarse el three wine flight me llevó a profundizar en la enología de este mundo galopante. Y mi cabeza se empezó a preguntar: ¿A donde va el mundo del vino? ¿Cómo entender no sólo lo que se produce, sino lo que se presenta al consumidor? ¿Para qué y para quién se presentan los vinos? ¿Qué tan abiertos estamos los productores contra los consumidores mundiales? y ¿Qué tan abiertos estamos los consumidores ante las diferentes propuestas?

Estamos en pleno siglo XXI, ante un mundo que es capaz de proponer casi todo: good flavors, nice flavors, new flavorsEs quizás el momento de reconocer a la tropósfera como la nueva manera, no la única, de “ver” sabores construidos y deconstruidos. Es tiempo de subirse al avión para desplazarse y continuar trabajando con las uvas del Valle de Guadalupe.  Cheers mate.