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Foto: Gabriel Delgado (WikiCommons).

Confieso que he pecado...

Por Animal Gourmet

La concupiscencia es un apetito espontáneo, desordenado y difícil de contener que conduce a los seres humanos hacia lo placentero, a lo que algunos catalogan como poco virtuoso y, desde luego, hacia lo que queda lejos del dolor.

Lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia; la concupiscencia camina de la mano con los siete pecados capitales que suelen estar emparentados con la decadencia y con la culpa. Pero esta vez propongo partir del gozo, del placer desmedido, y pensar que los pecados también pueden nutrir. Alrededor de estos se puede analizar qué comemos, por qué lo hacemos y qué falta o sobra en nuestra relación con la comida o con el gremio y sus propuestas gastronómicas, porque de los pecados también se aprende.

Así como sucede en las escenas romanas de pintura, una mesa con cantidades abundantes de excelente comida y bebida es quizá una de las más claras manifestaciones de todos los vicios unidos. La posibilidad de probar todo, de sentir todo, y la vivencia de una mesa opípara y abundante en sensaciones es pecadora por donde se vea porque de la gula nacen la envidia y la soberbia, y claro, la gula es íntima amiga de la lujuria. Sí, el término capital no se refiere a la magnitud del pecado sino a que es fuente de muchos otros pecados.

Placer genera placer, y la base científica asegura incluso que pecar activa los sistemas de recompensa cerebrales. Entonces, si el pecado de la lujuria origina placer y comer es un placer; siendo perversos, comer también es lujurioso.

“La realidad es que ser goloso es increíble y extrañamente satisfactorio”

Los excesos son parte de la naturaleza humana. Comer y beber excesivamente me hace, al menos a mí, una feliz pecadora. Es que es una delicia: comer y gozar la comida es muy placentero. De gula peco cantidad. Lo sé, la gula duele en el contexto de un mundo con hambre –no por nada en el infierno de Dante a los pecadores de gula se les condenaba a comer sapos, lagartijas y víboras– pero la realidad es que ser goloso es increíble y extrañamente satisfactorio.

Los golosos lo somos en sabores pero también en apetito de conocimiento; “se quiere comer el mundo”, dicen por ahí, y es que el mundo se come.

Además la gula no se limita al exceso, porque también se peca de gula cuando por el sólo placer de comer se roba o priva de alimento a otro. Lo hice de niña con un marchante distraído, pero lo sigo haciendo simplemente al desear que nunca se acabe el erizo que me estoy comiendo o implorando que mágicamente la torta de Santiago en mi plato se manifieste y diga “no doy”.

Pero hay más: con humildad me asumo pecadora por múltiples causales y, siendo la avaricia un pecado similar a la gula pero orientado a la adquisición, confieso mi obsesión por los platos chinos, las vajillas, las cazuelas y los frascos de aceitunas… está en el límite de la vergüenza.

La gula es uno de los siete pecados de acuerdo con la lista hecha por el papa Gregorio Magno.  // Imagen: Fragmento de "La mesa de los pecados capitales# de Hyeronimus Bosch.

La gula es uno de los siete pecados de acuerdo con la lista hecha por el papa Gregorio Magno. // Imagen: Fragmento de “La mesa de los pecados capitales de Hyeronimus Bosch.

Haraganería, vagancia, ¿qué con ello? El placer que produce echarse en un sillón a comer helado, o una sobremesa que todo lo deja a un lado, que olvida cualquier obligación para únicamente comer y beber, es mágico. El pecado de la pereza genera sonrisas. Hay comensales perezosos de conocer o exigir más y no les importa, sonríen. Así los cocineros, pecadores dobles, que con la pereza y la soberbia conviven para hacernos creer que por hacer un arroz orgánico, con salicornia, y comprar el pescado con los ensenadenses están haciendo un buen platillo y son buenos cocineros. Y también sonríen.

Quizá el que más gracia causa en esta historia es el pecado de la ira. ¿Romper platos? ¿Discutir iracundo a través de 140 caracteres? ¿Gritar y ser violento por haber pedido un martini seco y haber recibido uno ni tan frío y con mucho vermut? Sea en el mercado, en un restaurante o en el debate académico, la mecha corta es pan de todos los días y aunque hay pecados que sólo tienen que ver con uno mismo y sus demonios, existen otros que únicamente se generan en la relación con el mundo. Yo, por ejemplo, envidio a los que tienen gallinas ponedoras en casa y a los que han comido en Sukiyabashi Jiro en Tokio. Lo sabemos, la envidia es uno de los peores sentimientos, es rencorosa, duele, pero cómo corroe. Y aunque el estofado esté bueno y sepa muy bien, en algunas ocasiones las pasiones envidiosas superan al reconocimiento. Sea por el perejil chino con el que decoraron o por el mal gusto de no ofrecer pimienta fresca, al final se resta y no se suma.

¿Cuál es la relación exacta de la comida con el pecado? No lo sé, pero me divierte pensarlo. Insisto, intentemos abstraernos del cliché de que el pecado es el objeto –el foie con trufa sobre brioche servido en proporciones groseras– y pensemos en el sujeto: asumámonos pecadores y con ello acerquémonos al placer desmedido y a la sabiduría. Estoy convencida que sabe y goza más el diablo por pecador que por diablo.