drag_handle

Una historia de amor y un sauce en Sanborns

Por Animal Gourmet

Cumplía 65 años y no pude evitar sonreír cuando supe que, de regalo, lo que quería era una vajilla de Sanborns. El origen del fetiche en realidad pensaba no conocerlo pero sí tengo plena consciencia de que he comido manchamantel o rote grutze durante muchísimos años en esa vajilla, muy completa, con muchos platos extendidos para las fiestas, una vajilla que tanto él como yo dejamos de ver, y que hoy, regalé a mi padre de cumpleaños. La idea era que cada uno de los invitados a su fiesta llegara con algunas piezas y entre todos se formara un buen inventario. Y se formó.

Los que me conocen saben de mi fascinación por los platos. Me gustan en todas sus versiones, las talaveras viejas de mercados de medio uso, las inglesas con motivos boscosos, las clásicas de filo dorado, y también de mis sueños por tener bajoplatos de plata, para unas 18 personas por lo menos diría yo. Y pues me fui a Sanborn’s.

Dudosa en un principio de que en cualquiera de sus sucursales podía comprarse la clásica vajilla azul y blanca que hoy, que sé mucho de ella, fabrica desde hace años Anfora para el conglomerado de restaurantes que sirve, la verdad, muy buenas enchiladas suizas; apenas llegué a la tienda y pregunté, y como si fuera el producto más vendido, me llevaron al estante que las alberga. Y ahí estaba.

¿Se vende mucho?, pregunté,- muchísimo, aunque como nunca el año pasado que tuvo una edición especial, lástima que no se la compró a su papá en su cumpleaños anterior- me respondió muy amable la señorita Blanca quien no dejaba de chulearla -además de elegante, es una vajilla que dura años-.

Tomé un plato y sin saber que con el análisis llegaría después a muchas conclusiones tanto de interés general como personales, comencé a observar el detalle del dibujo, dos pájaros que unen sus piquitos, un paisaje chino con todo y pagodas, montañas y una embarcación con pescadores.

Pensé en una vajilla inglesa también con motivos chinos que tuve la fortuna de encontrar en el rincón de una tienda de medio uso, estaban necesariamente relacionadas, y la curiosidad de conocer cómo y por qué el café y las hamburguesas de Sanborn´s se sirven en esas piezas me hizo ponerme a leer.

Dos hermanos de apellido Sanborn inician en 1903 con una botica en la antigua Casa de los Azulejos del Centro Histórico de la Ciudad de México y por el éxito entre la clientela el negocio migra a ser un restaurante.

Así, a la usanza de aquélla época de principios de siglo XX en donde la elegancia europea otorgaba estatus, los Sanborn escogen para el comedor una vajilla inglesa con motivos chinos pintada en azul cobalto. Comenzaba a atar cabos y supe que mi papá, que siempre ha sido un estricto de lo estético, no podía fallarme.

Y así nació, aquéllas tazas de café que hoy acompañan las mañanas y tardes miles de comensales en todo el país fue, en su versión original, elaborada en Burslem, Inglaterra, sitio que luego aprendo que dio origen a la famosa canción “Les Champs Élysées” de  Joe Dassin.

Los diseños son copia de las porcelanas que en los mismos colores se fabricaron en China varios siglos antes también conocidas como “porcelana de la Compañía de Indias”  y que los estudiosos aseguran que la vajilla completa, con cada uno de sus platos distintos, narra una historia de amor en donde un noble y una campesina chinos tienen que recurrir a la magia para poder permanecer juntos ante su evidente diferencia social, y se transforman en un par de tórtolas.

Ni yo, ni mi papá, ni el señor que durante la hora que pasé escogiendo, contando platitos y emplayando el regalo en Sanborn´s comía, sin acompañante, un pay de queso en la cafetería en el plato chino con historia de amor, sabíamos nada de esto.

Nosotros no fuimos mucho de ir a Sanborns -a pesar de que mi abuelo materno desayunó ahí casi toda su vida-, nuestras cafeterías eran más bien El Comalito en Coyoacán y la Fonda del Angel en San Angel.

Como resultado de la enorme curiosidad que toda esta historia despertó en mi, supe también que durante muchos años la planta alta de la Casa de los Azulejos vendió la elegante vajilla inglesa que pasó de ser, europea y de porcelana, a después ser americana y un poco más gruesa para soportar la batalla de la cocina, y terminar siendo muy pesada y aguantadora, de producción mexicana y suprimió por costos los motivos de la historia de amor, quedando solo el último dibujo tanto en platones de arrachera, como en tarros de cerveza.

Mi experiencia comprando la vajilla tomó otra dimensión cuando supe lo que en realidad estaba regalando de cumpleaños. Comprobé que las vajillas Willow Pattern, como se les conoce a este tipo de platos dibujados con sauces en azul y con bosques y pagodas chinas, han sido, como por muchos lados había leído, una corriente de porcelana que influenció por siglos la decoración y dibujo de platos, platones y soperas.

Entendí también que el pragmatismo que caracteriza a mi papá no era la única causa para tener en casa platos durables y que se venden por pieza, sino que el trasfondo era evidentemente uno profundo, una vida entera de piezas azules y blancas, de las verdaderamente inglesas y chinas que eran casi parte del inventario en el comedor de mi abuela, y todas las historias de la Nao de China que a partir de esos platones nos contaron.

La fiesta fue un éxito y el regalo también. Haber comprado seis salseras adicionales -de esas que todos hemos visto que guardan el pico de gallo para los molletes- fue un acierto, y hasta pensé que los tarros de cerveza que vienen incluidos pueden ser usados hasta como floreros. Con enredaderas, desde luego, como mi abuela en la misma vajilla aunque elaborada doscientos años antes, hubiese graciosamente acomodado.