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Spiritland: el café con uno de los mejores equipos hifi del mundo

Por Animal Gourmet



Un café, estudio, tienda de discos y gadgets de sonido que cuenta con un equipo de audio capaz de reproducir música a calidad extrema.

En la era de los archivos mp3 con siseo de fondo; en el tiempo de los auriculares con sonido a lata y de los altavoces portátiles de tamaño reducido, el ritual de escuchar música con la dedicación que merecen ciertas obras de arte se encuentra en peligro de extinción. Es cierto que nunca se ha oído tanta música como en este tiempo. Sin embargo, si hablamos de escuchar música, la realidad es algo menos optimista.

Si existiese un museo de usos y costumbres humanas que nos hacían felices, los miembros más vetustos de las familias llevarían a los jóvenes a la Sala de Sonidos y Rituales y les explicarían algunas de las partes de la esencia de la vida. «Hija, hubo un tiempo en el que escogíamos un disco y lo sacábamos con mimo de la carpeta. Lo situábamos suavemente en el tocadiscos y dejábamos caer la aguja sobre la primera canción. Entonces, nos sentábamos con la carpeta en la mano, escrutábamos su diseño y nos disponíamos a escuchar el disco, leyendo a la vez la letra de cada tema, sin compartir este tiempo con ninguna otra actividad».

Lo que se ha perdido por el camino es la cuidadosa actividad de escuchar música sin hacer ninguna otra cosa, sin compartir cuota de atención con nada más. Si el precio es acorde al beneficio obtenido, es una pregunta que se debe hacer cada persona. Sin embargo, tres británicos amantes de la música creyeron que lo de la perpetuación de escuchar discos a la mayor calidad (o casi) posible merecía un esfuerzo en forma de templo y, ya que estaban, de negocio.

Spiritland abrió en septiembre de 2016 en Londres, junto a King’s Cross, como café restaurante. Sin embargo, lo que hace especial a este lugar es lo que ellos denominan el mejor sistema de sonido del mundo, el equipo de audio que llena de música cada minuto del espacio. «Creemos que se está perdiendo el placer de escuchar música en sí mismo. Creamos Spiritland para atajar la proliferación de entornos de escucha degradados y la consiguiente ausencia de apego, de compromiso con la música. Creemos que es necesario emplear tiempo y energía en apreciar la música en la era Spotify», dicen los fundadores.

Spiritland abre cada mañana a las ocho en punto. En ese momento, el local es un café y un espacio de trabajo compartido con una banda sonora escuchable a una calidad espectacular. Conforme avanza el día, el negocio comienza a servir comida y, con el paso de las horas, se transforma en un bar con una activa programación musical.

Una de las experiencias más particulares llega a las seis de la tarde. «Ponemos un álbum entero, de inicio a fin, para las personas que llegan directamente del trabajo». Este revestimiento de solemnidad al acto de pulsar el botón play es también una reivindicación del álbum como una obra íntegra, como una historia que se concibió para engullirse de una sola tacada. Del single –en los años 50 y 60– venimos y al single vamos de cabeza, pero la nostalgia tiene a veces algo bueno y la consideración a la que se somete cada disco pinchado entero dignifica tanto a esa obra como al proceso de su disfrute.

El disco seleccionado cada tarde se reproduce en el Kuzma Stabi XL2, un armatoste de más de ochenta kilos de peso que está considerado como uno de los mejores platos sobre la faz de la tierra. A ese tocadiscos se añade un sistema de audio construido por Living Voice y supervisado por Kevin Scott, un especialista en audio de alta fidelidad cuya única misión es dar al sonido el tratamiento que merece. El amplificador, de válvulas, es del fabricante italiano Atelier de Triode.

Tras la misa musical de las seis, el bar cuenta con una programación que incluye charlas, conferencias, debates o sesiones de DJ residentes. El último jueves de cada mes, por ejemplo, el escritor Nick Hornby conversa con otro personaje de la cultura británica sobre, claro, música. Las dos últimas personas que han pasado la noche con el autor de Alta Fidelidad han sido el actor Bill Nighy y el rapero Doc Brown. A los platos, nombres como Youth o Sophie Callis han estado en agenda en las últimas semanas. Entre los DJ residentes, han comenzado a rotar, por ejemplo, los componentes de Hot Chip.

Jarvis Cocker y Steve Mackey tienen también un sitio en una velada bautizada como Dancefloor Meditations donde, según los organizadores, los miembros de Pulp crean una especie de instalación para realizar «un viaje al sonido, la palabra, el ritmo y la luz» junto a un DJ de apoyo.

Elogio al sonido

Aunque el music porn, el acto de producir endorfinas a través de la escucha de música, es el centro de la iniciativa –más allá de la propuesta hostelera, claro–, Spiritland cuenta con una serie de aliños que lo convierten en un hub musical algo más completo, en un espacio que rinde homenaje al sonido en todas sus formas.

Además de haberse postulado como «un lugar habitual para almuerzos de trabajo de trabajadores y ejecutivos de la industria musical», Spiritland es una tienda de música que alberga discos, en vinilo y en CD, amplificadores y reproductores de música, accesorios y una selección de auriculares que va, según dicen, desde las 30 hasta las 3.000 libras esterlinas.

La guinda la pone el capricho de Paul Noble, productor de radio, DJ y consultor musical de medios como Monocle o BBC Radio y uno de los fundadores del lugar. Se trata de un estudio de radio que se utiliza a diario para emitir programas en directo y para grabar otros. Entrevistas, mesas redondas o programas musicales forman la parrilla cocinada en el estudio del café.

Spiritland se ha convertido en un homenaje cotidiano al sonido. No a la música específicamente sino a la experiencia de disfrutar de un sentido en su totalidad. Si cualquiera es capaz de detenerse por un instante para disfrutar de un bocado perfecto, cocinado con esmero y presentado con detalle, no se debería perder la capacidad de regodearse en el ejercicio de escuchar los sonidos que nos rodean. El valor del audio no está sólo en el mensaje. También en el ritual.