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Las delicias de medio oriente en España

Por Animal Gourmet

Hace unos años visité algunos de los antiguos palacios de Al-Andalus en España y Marruecos. A diferencia de los toscos castillos medievales, los palacios árabes albergan magníficos jardines llenos de árboles de naranja y limón, y sus azahares fragantes embriagan el ambiente combinado con jazmines y nardos.

En medio de esta opulencia sensual, las esposas y concubinas de los califas convivían bajo una feroz competencia por atraer la atención y el favoritismo de su señor. Sus vestidos eran de las sedas más finas, y como se hallaban en el espacio seguro del hogar, portaban prendas vaporosas que mostraban las curvas finas de sus cuerpos apetecibles.

[contextly_sidebar id=”f0118426a14090f3310c477d1dddb4a5″]Aderezaban sus rostros pintando sus ojos y sus labios, y dejaban colgar suntuosos collares. Además, perfumaban los recovecos de su anatomía buscando suscitar el deseo instintivo del hombre al que se debían.

En las tardes calurosas del verano, el califa se paseaba por los jardines del Generalife, se deleitaba viendo a sus mujeres y colocaba un pañuelo en la axila de las doncellas hermosas para luego olerlo y decidir con quién pasaría la noche.

Algo similar ocurría en los comedores, pues las grandes bandejas de barro guardaban bajo una tapa cónica los alimentos. Al descubrirlos aparecían platillos aromatizados con albahaca, comino, cilantro, hierbabuena, jengibre y sazonados con aceite de piñones y pistaches ó almendras; con recetas provenientes de Persia y el Turkestán.

El gastrosistema andalusí abastecía las bodegas de su población con arroz del Levante y trigo de las llanuras. Alcachofas, berenjenas, zanahorias y cebolletas de parcelas comarcanas cercanas a las ciudades, que a su vez satisfacían el autoconsumo de los labradores.

Las granjas proveían carne de cordero, res y pollo. De la amplia costa mediterránea se extraía pescado que se salaba y ahumaba en mohamas.

Los huertos de la región sur abastecían de fruta fresca y seca al resto del Califato. Y las hierbas de olor crecían en las macetas de los jardines y patios de las medinas y los palacios árabes.

En los mercados se podía conseguir aceitunas y aceite del país, café y especias importadas, dulces y confites y loza vidriada y utensilios para cocinar.

Para los musulmanes, el consumo del vino y el alcohol era algo prohibido. Apegados a una ortodoxia religiosa, desdeñaban los placeres de la embriaguez. A pesar de ello, entre las clases altas de musulmanes había personajes dedicados por completo a cultivar un arte de vida que amaba los aromas y sabores extraordinarios, incluidos el vino y el alcohol. De ahí surgió un gusto por el refinamiento en el arte de disfrutar la buena mesa en el sur de España.

Cuando el Reino de Granada cayó bajo el domino de los Reyes Católicos, los españoles buscaron desesperadamente un camino al lejano oriente que les permitiera seguir disfrutando de la suntuosidad de los aromas de las especias. En medio de la travesía capitaneada por Cristóbal Colón, se toparon con América. Y  sin que ellos se percatasen, hicieron tierra los maravillosos sabores sensuales del antiguo jardín de al Andalus para quedarse entre nosotros.