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Absenta que no mata, te hace más fuerte

Por Animal Gourmet

El gusto humano por las bebidas alcohólicas es muy antiguo. Desde tiempos ancestrales bebemos cerveza y vino. Estas bebidas tienen una concentración alcohólica que puede ir de los 4 a los 15 grados, algo muy distinto a los licores que se destilan en el alambique, ya que se consiguen concentraciones alcohólicas del 40 al 75%, lo que garantiza que las puertas del inframundo humano se abran con sólo dos copas de ingesta.

El destilado es el líquido propiciatorio para explorar las profundidades de lo inconsciente y las posibilidades de la muerte. Todos los aguardientes tienen algo de pócima. Podríamos decir que son un veneno tolerado y necesitado por muchas culturas, como un solvente de las barreras que contienen las emociones profundas y que no son muy agradables. Al beberlos se aflojan nuestras defensas para abrir nuestra entraña a otros. Por ello, en el santuario de la perdición y de la euforia, el tabernero es como un sacerdote supremo al que le confiamos nuestras penas y nuestros triunfos. Y ellos, seguros de que sus fórmulas destiladas son sensores del alma, se afanan en servir tragos a los sedientos de sinceridad.

En el extremo de su consumo, el aguardiente está listo para propiciar el último viaje en personas desesperadas. Y los poderosos los utilizan para hundir enemigos de opiniones incómodas.

El florecimiento de los aguardientes franceses se dió en el siglo XIX cuando las antiguas técnicas árabes de destilación tuvieron su auge en Francia, producto del orientalismo suscitado con la expedición de Napoleón a Egipto. Las antiguas fórmulas medicinales desarrolladas en los conventos, y posteriormente por los médicos, pasaron a ser bebida chic y a la vez quitapenas de las masas beodas.

Entre todas destaca la absenta, elaborada a partir de ajenjo, anís e hinojo en las destilerías de Pontalier. A mediados del siglo XIX el reunirse por las tardes a beber absenta en los cafés de París era ya una costumbre. Para ello se había inventado un ritual que consistía en agregar agua y azúcar al vaso del licor utilizando una cuchara perforada. El color ámbar del licor puro, se transformaba en un verde lechoso del que surgió el mote del “hada verde” y al momento de beberla se le llamó “la hora verde”. Su consumo generó entusiasmo y aficionados incontrolados. Con el paso de los años y la masificación, el alcohol comenzó a ser de peor calidad, con graves consecuencias para la salud de los borrachos. Se sufrían alucinaciones y estremecimientos, preferidas a dejar de beber absenta.

Víctor Hugo decía que “Bruselas es el pueblo que más consume cerveza. Estocolmo más aguardiente, Madrid más chocolate, Amsterdam más ginebra, Londes más vino, Constantinopla más café y París, más ajenjo. A esto quedan reducidas las naciones más útiles: París sobresale. En París hasta los traperos son sibaritas… y sus tabernas se llaman bibinas”.

Al gobierno no le preocupaban estos excesos pues se recaudaban importantes sumas de impuestos por la venta del “hada verde” hasta principios del siglo XX, en que prohibió su consumo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Surgió entonces el mercado clandestino de aguardientes de anís y otras hierbas cultivadas en Provence y que hoy conocemos como Pastis. Durante la paz de entreguerras, la gente lo comenzó a beber como aperitivo mezclado con agua, eliminando el terrón de azúcar que solía derretirse al beber la Absenta.

Los aguardientes también se mezclan con el café matinal confiriendo al cliente una visión exacerbada de la realidad que resulta muy inspiradora para los artistas. De ahí que este desayuno fuera recurrente entre muchos genios del pincel y la pluma.

si la absenta no te mata, te hará más fuerte”

Los borrachos y las bebidas espirituosas se transformaron en el tema de muchas pinturas, desde Degas hasta Picasso. La mayoría de los artistas de la llamada École de Paris (Escuela de París) vivían en el barrio de Montparnasse. Ahí se encontraban en los cafés y en las destilerías para hablar y discutir sobre el futuro del arte. De ese entorno bohemio que llevaba ya años gestándose, emergerían las corrientes que revolucionarían el arte en el siglo XX.

En esos años y tomando en cuenta la Primera Guerra Mundial, la subsistencia de los artistas era difícil. Se encontraban en la encrucijada de la historia, proponiendo un nuevo lenguaje para el arte; y teniendo que solucionar a la vez su subsistencia más elemental. Pero como dice un escritor francés: “la miseria de un joven no es nunca miserable, pues en su economía, de una chuleta el primer día se come la carne, el segundo se bebe el caldo y el tercero se roe el hueso”.

El alcoholismo fue la insigna de muchos artistas que justificaban en su creación la adicción al destilado. Como aquel de Zolá que entró a la cantina y exclamó: “Tengo sed. Mortales, esto es un sueño; estoy soñando que el tonel de Heildelberg sufre un ataque apoplético, y que yo soy una sanguijuela de la docena que van a aplicarle. Quisiera beber. Deseo olvidar la vida. La vida es una invención repugnante de no sé quién. No vale ni dura nada.”

Con lo que podríamos concluir que si la absenta no te mata, te hará más fuerte.

Sabores Migrantes 10